25/8/08

INICIACION Y PENSAMIENTO SIMBOLICO (PART.3 FINAL)


CAPÍTULO IX
LA INICIACIÓN EN EGIPTO

I. INICIACIÓN EGIPCIA Y TEORÍA DE LA COMPLEJIDAD

El proceso de iniciación de Egipto reproduce en escala humana la relación de fuerzas y los procesos de la complejidad cósmica, donde coexisten Noun y anti Noun. La iniciación rehace la cosmonía y por eso mismo trasciende la condición humana personal para acceder a la dimension cósmica, al hombre universal.
En efecto, el itinerario iniciático es un periplo que va del caos al anticaos por intermedio de Maat. El tribunal de Maat aparece como un lugar de descomposición y de recomposición, en el cual la conciencia se torna capaz de reconfigurar una nueva personalidad, capaz de vivir y de asimilar nuevas y más ricas experiencias.
La visión egipcia se acerca a las teorías de la complejidad enunciadas por Edgar Morin. El orden nace del desorden por intermedio de un proceso interior de organización. Todo sistema obtiene su existencia (su orden) del medio, que es desorden (caos) para el sistema en cuestión, inutilizable tal cual se presenta. Este desorden debe ser, pues, asimilado (maatizado) a su orden existente. Una manzana es una estructura organizada pero, desde el punto de vista de la alimentacion del ser humano, es "desorden" porque no puede ser asimilada en ese estado. La masticación y la digestión van, destructurándola y descomponiendola, a “organizar” la manzana como nutrición, en “orden” para nuestra supervivencia biológica, aunque este proceso, que entraña la destrucción de la manzana como tal, sea un "desorden" desde el punto de vista formal.

Escena de la psicostasia o el pasaje del Alma.

Poner en orden, en efecto, no es solamente una cuestión de forma exterior, de apariencia estética y de obediencia a criterios culturales unidos a la idea de productos acabados de claros contornos. Poner en orden es, en realidad, ante todo, dejar las cosas disponibles para que sean utilizables, accesibles o asimilables en función de las finalidades que se les han dado. Es un proceso que no es ni mecánico ni estético, sino orgánico y funcional. Permite ordenar diferentemente cualquier cosa que tenía su orden propio pero que era, para retomar el ejemplo de la manzana, inaccesible en tanto alimento. Para que la manzana entre en relación orgánica es indispensable que pase por una fase de desorden que le permita encontrar un nuevo orden (en nuestro ejemplo, la manzana reducida a papilla).
De la misma forma, en la iniciación para que una personalidad sea integrable en una red pasa por un proceso de desorden-orden, de muerte-resurrección. El desorden aparente puede ser orden, el orden aparente puede ser desorden, conforme a la concepción hindú de maya (la ilusión).
Este proceso de asimilación que Edgar Morin llama “organiza­ción” se sitúa entre desorden y orden, tal como Maat entre caos y pirámide. Desarrolla nuevas capacidades de asimilación a partir de los mismos compuestos, lo que no es posible sino por una vuelta temporal al caos.
La función transfiguradora de Maat hace asimilables las expe­riencias del individuo así como las relaciones con su entorno y lo vivido, de tal suerte que se torna capaz de integrar un nuevo orden. Sin Maat, el paso de un orden a otro no es posible.
En el caso de la iniciación, no se puede pasar de un nivel de conciencia inferior (orden precedente) a un nuevo estado de concien­cia (nuevo orden) sin pasar por la prueba de la balanza.
En efecto, el universo entero era comparado por los egipcios con una inmensa balanza cósmica que regulaba, por la armonía de los contrarios, las fuerzas del mundo. Esta balanza se situaba en el corazón del Palacio de Maat. Hacia ella se dirigían los corazones de todos los difuntos, para ser juzgados por sus actos. El Palacio de Maat es mencionado ya en la época de las pirámides. Con el tiempo, se lo asociará al tribunal de Osiris, dios de la muerte y de la resurreccion. En cada uno de los platillos de la balanza se sitúan el corazón del individuo y la pluma que simboliza a Maat.
Esta sala representa las seis direcciones del espacio-universo en cuyo corazón reside la balanza, orden y ojo del mundo por el cual todo pasa. En torno de ella, signo del equilibrio ideal, están dispersos todos los principios constitutivos de la personalidad humana. Un único componente está en la balanza y los representa a todos: el corazón, Ab, sede para los egipcios de la conciencia y de las facultades de memoria y de imaginación. Es este corazón-conciencia, órgano de la metamorfosis, el que responde a las pruebas de la balanza.
El juicio del corazón en la balanza aparece como una condición necesaria para el éxito tanto del viaje hacia el más allá como de la muerte simbólica necesaria a toda iniciación. El juicio sanciona la capacidad del individuo para pasar de una dimensión de la existencia a otra y lo declara apto para recibir una iluminación o transfiguración. Justificado el corazón, el candidato lleva el nombre de Maakheru, es decir, ''un justo de voz", “el que dice la Maat”.

“En el escenario de los ritos iniciáticos”, como explica Eliade, “la «muerte» corresponde a la vuelta provisional al «caos», es pues la expresión ejemplar del fin de un modo de ser, el de la ignorancia y la irresponsabilidad infantil. La muerte iniciática hace posible la tabla rasa sobre la que se inscribiran las revelaciones sucesivas, destinadas a formar un hombre nuevo […]. Las imágenes y símbolos de la muerte ritual son solidarios de la germinación, de la embriología, indican ya que una nueva vida se está preparando”.

II. LAS FUNCIONES DEL CORAZÓN

El corazón es depositario de dos funciones esenciales memoria e imaginación, unidas, la primera, al pasado, a las raíces, a la experien­cia, a lo adquirido; la segunda, a la capacidad de representarse en el porvenir, la proyección, la creatividad, la capacidad de verse de otro modo. La justa unión en cada uno de memoria e imaginación, de pasado y porvenir, les permite entrar en sinergia (actividad conjunta).
Si un individuo se puede reconciliar con su pasado, asumir sus raíces y sus experiencias buenas y malas; si, gracias a esta adquisición puede escoger mejor las propias finalidades, sus verdaderos objetivos, se tiende una línea entre pasado, presente y porvenir y esta relación hace de las cualidades del corazón una matriz de transformación. El hombre puede devenir otro. Es por lo que el corazón esta asociado al escarabajo (el devenir). Es necesaria una relación justa, el equilibrio entre raíces y porvenir, medios y finalidades. Es esto lo que es juzgado. Cuando están en desequilibrio, el corazón se paraliza, no se puede acceder a nuevos niveles de complejidad, lo que para los egipcios constituye la verdadera muerte.
Todas las realizaciones están, según ellos, basadas en la repeti­ción, pero en diferentes niveles de complejidad. Lo monótono se hace así un medio para avanzar hacia lo desconocido. Por eso, para los egipcios, lo que está en lo alto es como lo que está abajo, lo pequeño y lo grande están en correspondencia. Estas correspondencias dan las referencias que permiten a una persona situarse, no estar desprovista en su caminar y ser menos dependiente del entorno.
De hecho, la balanza actúa como principio de reorganización (de experiencia y de estructuras), por eso la personalidad del candidato aparece fragmentada en torno de la balanza, a la espera de una nueva síntesis en lo que toca al corazon cuando haya franqueado con éxito la prueba del juicio; dicho de otra forma, cuando su capacidad de reorgani­zación se haya manifestado. El iniciado no ha recibido nuevos compo­nentes, pero ha experimentado en sí mismo una nueva complejidad. La balanza no es el símbolo de un equilibrio estático, sino de una dinamización de la conciencia que permite el acceso a nuevas calificaciones.
La muerte y la resurrección del dios Osiris son un ejemplo: los trozos de su cuerpo despedazado, diseminados por todo Egipto por su hermano-enemigo, Seth, transforman la tierra egipcia en tierra de transmutación y resurrección. Recuperados por su hennana Isis, estos elementos van a ser unidos en una nueva complejidad; gracias a la momificación se harán de nuevo solidarias las partes del cuerpo de Osiris, pero esta vez su nuevo cuerpo será un cuerpo de gloria, pasando del orden carnal al espintual.
Los grandes sacerdotes griegos o romanos eran habitualmente nombrados por una decisión de orden social, tomada, por ejemplo, en Roma por el Senado, dependiendo de la Iniciación tribal o religiosa, pero en ningún caso mágica, es decir, no se requería una experiencia de éxtasis o teofanía como en Egipto. Pues en la cultura del Nilo los sumos sacerdotes habilitados para penetrar en el naos generalmente no dejaban jamás el templo, contrariamente a los sacerdotes portadores de barcas que tenían una iniciación religiosa pero salían del templo y tenían una función de representación.
Toda evolución implica un cambio de costumbres, tanto en el comportamiento como en el pensamiento. La trampa es confundir orden y costumbre. Ser menos prisionero de las ideas admitidas y de prejuicios nos hace más aptos para resolver problemas nuevos, mientras que las ataduras a la facilidad nos hacen demasiado dependientes de los hábitos, que se vuelven nuestros guías. Si no aprendemos a “desorga­nizar” nuestras costumbres, no es posible ningún cambio de compor­tamiento. El proceso de transformación que hace asimilables los nuevos comportamientos necesita un corazon libre, establecido en Maat. Este proceso, itinerario que los egipcios llamaban "el camino de Horus o del combatiente", implica una atención permanente.
Gracias a los ritos de iniciación, los egipcios se sentían capaces de reproducir a escala humana -y de una manera casi científica; por tanto, a voluntad- el proceso que permite el orden del mundo y su conservación. Apropiándose de este proceso a escala humana, se hacen capaces de lo mismo en la sociedad. El iniciado es la condición y la garantía del orden social. Por el contrario, cuando la iniciación ha dejado de ser el fruto de una búsqueda interior, cuando ha perdido su sentido y se ha vuelto un valor simplemente social, la cohesión y el orden social se erosionan. La iniciación no es solamente una finalidad individual, es indispensable para que la sociedad pueda continuar encarnando y manteniendo la unión cósmica. Lo esencial no es luchar contra el mal, sino generar “justos de voz”. Cuantos más “justos de voz” pueda engendrar una sociedad, más garantía tiene de poder crear y perpetuar el orden en su seno.

III. PIRÁMIDE E INICIACON

Si se corta transversalmente una pirámide y se la mira desde arriba, se tiene ante los ojos un laberinto formado por el núcleo central y los muros de apoyo que lo rodean. Es el recorrido serpenteante emprendido, desde el interior hacia el exterior, por las fuerzas del anti Noun para crear el mundo y empujar al Noun hacia la periferia. Pero es también, en sentido inverso, el itinerario de lo profano hacia lo sagrado y el modelo de todo recorrido iniciático, el candidato a la iniciación remonta el espacio y el tiempo en sentido inverso de las fuerzas de lo cotidiano que, juntamente con la creación, llevan al deterioro y a la muerte.
El hombre que quiere caminar hacia Maat y hacia sí mismo debe situarse en la vida contra la corriente para retornar a los orígenes y ser contemporáneo del nacimiento de las cosas. Es ahí donde se sitúa el punto de ruptura entre caos y anticaos, es ahí donde opera el pasaje. Esta marcha contra la corriente obliga a desembarazarse de lo superfluo para acceder a lo esencial.
A los ojos de los egipcios, este recorrido estaba simbolizado por la crecida del Nilo, cuyo simbolísmo es elocuente. El Nilo corre del sur al norte, aportando anualmente, en plena sequía, el agua y, sobre todo, el limo, que transforman las tierras rojas abrasadas por el sol en tierras negras y fecundas.
Así el sentido de lo que corre -de sur a norte- simboliza la fecundidad, la renovación de la vida material. Remontar la corriente del Nilo es ir desde el mar salado, el agua estéril (el Mediterráneo), hacia las fuentes ocultas de las aguas fecundas del Nilo. Los egipcios se orientaban con relación al sur: lugar de la victoria de la luz sobre la oscuridad, de la fecundidad sobre la esterilidad.


Corte transversal de la pirámide: el laberinto de todo recorrido iniciático.
El itineratio que va desde el centro de la pirámide hasta su periferia es, por lo mismo, de doble sentido. En efecto, la pirámide no encierra solamente, entre sus secretos simbólicos, la imágen del orden del mundo y de la sociedad. En su dimensión transversal nos hace descubrir el
itinerario de su construcción: el de una espiral ascendente que dibuja la travesía del ser humano, la de dirigirse hacia su interioridad.
Para los egipcios, el individúo que llega a cumplir este estado es maakheru, es decir, ''justo de voz'' o ''justificado''. Es la palabra que empleaban para designar al difunto que había pasado con éxito, en el más allá, el peso del alma, y cuyo corazón se había revelado tan ligero como la pluma de Maat. Maakheru es el justo, capaz de producir Maat en sus comportamientos.

El estado de justo aparece en los textos egipcios como previo a toda verdadera iniciación.
El hombre justo -"piramidal"- se relacio­na con el jeroglífico que designa al que se inicia, que comprende dos consonantes, "b" y "s", y en el que aparecen dos pies en posición de marcha, sobre los cuales hay un pez que salta fuera del agua, el vientre vuelto hacia el cielo: salir del agua implica un retorno, una verdadera conversión (metanoía, en griego). Este jeroglífico expresa lo que se invierte y sale del Noun. Significa a la vez introducir y surgir.
Evoca al ser que, en la consecución de su recorrido interior, “ha sacado la cabeza fuera del agua”, se ha hecho capaz de "respirar fuera del agua" (del Noun) y de vivir al aire libre, a plena luz. Su antigua "naturaleza" ha transmutado, dado que puede ahora vivir en otro medio superior al primero. Los que habían cumplido esta transmutación eran los únicos que entre los egipcios estaban autorizados a penetrar en el corazón del templo, en el sanctum sanctorum sumido en la oscuridad indispensable para ver a Dios, y que la lengua egipcia designa con la expresión "subir al cielo". Allí, los iniciados podían hacer subir al cielo la ofrenda: Maat.
La progresión espiritual no es una simple carrera de obstáculos en un camino recto al final del cual se percibe la llegada. La llegada está oculta por los meandros del laberinto. Cuando el fin es visible, es más fácil hallar la fuerza y la dirección a seguir, pero cuando el camino gira no se sabe dónde se va: es el momento de las incertidumbres y las angustias, el de los verdaderos obstáculos, donde será probada la calidad de cada uno. En este tipo de paso, las enseñanzas ofician de brújula, de referencias que permiten la orientación y ayudan a tomar el buen sendero.
En diversas etapas, en efecto, a lo largo del recorrido, los meandros del laberinto requieren un cambio de dirección. Así progresivamente, se aprende el desapego de los hábitos y las ideas preconcebidas. Se puede comparar este itinerario interior con el que es, para los egipcios, el itinerario del alma en el más allá, en el curso del cual ésta debe pasar cuarenta y dos puertas. En el paso de cada una deja un cierto número de cosas tras de sí y se purifica a la vez. En las ilustraciones sobre papiro, el tamaño del difunto aumenta progresiva­mente a medida que pasa las puertas, hasta que alcanza el tamaño de los dioses y queda vestido con una simple túnica de lino blanco.

Jeroglifico que indica al que se inicia.


CAPÍTULO X
MAAT Y LA ALQUIMIA DE LA INDIVIDUACIÓN

Los egipcios habían detectado tres obstáculos que podían impedir “vivir” Maat: la pereza,
la sordera mental y la avidez.

I. DE LA PEREZA A LA ACCIÓN INTELIGENTE

Para evitar la pereza -cuyo trazo más sobresaliente es la inercia- la bondad egipcia aconseja no romper jamás la unión entre la acción y sus consecuencias, actuar uno por otro, cultivar la reciprocidad y la solidaridad activas para desarrollar las cualidades de servicio y de autonomía. Para salir de la inercia, los egipcios preconizan hacer de la acción una ofrenda, conforme al principio de la restitución.
La pérdida de la memoria, fuente de pereza, hace que el individuo olvide la finalidad de sus actos, el sentido de su vida. Está entonces atrapado por las necesidades del momento. Entre dos necesidades, queda inactivo, en la espera de otro menestero del deseo siguiente que se va a suscitar. Olvida sus compromisos respecto de sus orígenes como respecto de aquéllos con los cuales ha establecido relaciones y contraído deudas. Pierde la noción de restitución, piensa que no debe nada a nadie, que se ha hecho solo, sin padre ni madre ni entorno educativo. No actua sino en función de sus necesidades a corto plazo, sin medir las consecuencias de sus actos a mediano y largo plazo. Para los egipcios la inercia no es simplemente la inacción, sino la acción sin perspectiva, que no obedece sino al impulso del momen­to y responde al instinto de supervivencia. El hombre que actua así se excluye del orden social porque no vive sino en la perspectiva de su interés inmediato.

No hay ayer para los perezosos,
No hay amigo para el que es sordo a la Maat,
No hay día de fiesta para el ávido.

Actuar es insertarse en el orden del mundo, con conciencia de donde se viene y a donde se
va, con conciencia de estar integrado en este orden y solidariamente con todo lo que esta
vivo.

II. DE LA SORDERA MENTAL A LA ESCUCHA INTERIOR

Para el egipcio, la sabiduría va a la par del silencio. Escuchar y contemplar corresponden para él a una meta de interiorización, a través de la cual se puede integrar en las verdaderas realidades y captar su sentido. Así, el acto litúrgico más importante se hacía en soledad, en el corazón del templo donde reinan el silencio y la oscuridad, en la intimidad de la relación de un hombte con la imagen de Dios. Es un acto fuertemente interiorizado que exige una extrema concentración y una total atención para no mancillar el carácter sagrado del momento y del lugar. Solo ante la imagen de Dios y ante sí mismo, el rey-sacerdote no puede escuchar más que su corazón para levantar las ofrendas. Debe desarrollar una extrema confianza y un gran dominio de sí para sobrepasar en ese instanne la condición humana y establecer la unión con la dimensión de lo sagrado.
Mientras quela inercia plantea el problema de la solidaridad en la acción social, la sordera mental plantea el tema de la solidaridad en la comunicación. La escucha que permite comprender y reflexionar antes de actuar desarrolla las cualidades de discernimiento y de
investigación.

Es por la escucha como el sentido [la sensación] penetra en el hombre, le da forma y lo transforma en un ser sensible...La sordera hacia Maat es insensibilidad…
En cuanto al insensato que no escucha, dice Ptahotep, no ha nadie que actúe por él. No pone más precio al conocimiento que a la ignorancia, a lo útil que a lo despreciable... Su mal carácter es conocido por los grandes. Vive estando muerto cada día... Si la escucha es buena, la palabra es buena.

La escucha mutua permite el acuerdo recíproco y hace nacer la confianza.
En otro nivel, la noción de escucha implica ponerse en el lugar del otro: si la pérdida de memoria es fuente de pereza, la falta de imaginación y la incapacidad de representarse otra cosa que a sí mismo son la fuente de la sordera. La importancia de la escucha está igualmente unida al hecho de que antes de juzgar es siempre necesario escuchar, y así confirmar al otro en su derecho de expresar su punto de vista y, por lo tanto, de existir.

III. DE LA AVIDEZ AL DESAPEGO

De todos los pecados, para el egipcio, la avidez es el más importante. Es la enfermedad del corazón más grave porque es el motor del egoísmo, de la voluntad de separación. Para vencerla, es necesario desarrollar el altruismo, la intención solidaria, el don, la generosidad, la abnegación, el amor a los demás.
El hombre ávido se identifica con sus posesiones y con sus deseos más que con lo que es. Rehúsa, tras una ambición desmesurada, asumir su propia ley de acción, su lugar en el mundo. No se reconoce como es, es profundamente egocéntrico. Por lo tanto, no puede en ningún momento, asumir el principio de la solidaridad universal.

Guárdate de un acto de avidez,
porque es una enfermedad grave e incurable,
que no puede dar lugar a la intimidad,
Envilece a los padres y a las madres;
como hermanos de una misma madre,
vuelve agrio el dulce de la amistad,
aleja del maestro a un amigo
separa la esposa del esposo […]
Pero el hombre que se conforma a la Maat, permanecerá.
­El que camina según sus pasos
Podrá hacer un testamento a causa de ello.
Pero el ávido no tiene tumba.

La fuente de la avidez es el temor que en ningún momento impide trascender el instinto de supervivencia. El hombre ávido se cree incapaz de aportar nada a nadie. Su corazón no está desapegado, y no podrá jamás justificar sus actos en el más allá y, según el punto de vista egipcio, está condenado a la disolución que temía tanto en vida. Para sanar de esta enfermedad es necesario actualizar todas las funciones de la conciencia humana, representadas en Egipto por el símbolo del corazón, sede de Maat.
Vencer los tres obstáculos de Maat conduce al desapego y aligera el corazón, decían los egipcios. No saber dónde se va no justifica la inacción. Es necesario aprender a romper con la inercia, entrar en movimiento, como se hace un calentamiento al iniciar una práctica de gimnasia, para vencer la inmovilidad. Después, más profundamente, hay que aprender a no actuar por actuar, sino encontrar una finalidad altruista que no se puede despertar mientras se permanezca sordo a los demás, prisionero del egoísmo y del individualismo. La última etapa consiste en no actuar por ansia de valorización o de poder sino de forma desinteresada, sin esperar respuesta, independientemente de la opinión de los demás, por convicción íntima.
En este descenso al fondo de las cosas y de nosotros mismos los egipcios nos ponen en guardia: es en el momento más oscuro y en el lugar más profundo donde tiene lugar el combate entre nuestras ligaduras, nuestro egoísmo y nuestro ser espiritual, el único que es capaz de actuar más allá de nuestra propia persona. Una voluntad de libetarse de las apariencias y de los pretextos falsos es indispensable, como el desarrollo en lo más profundo de sí de una conviccion que sea matriz de comportamientos justos.

IV. LA “CASA DE LA VIDA” Y EL ITINERARIO DE LA INICIACIÓN

En los textos que nos han legado los egipcios aparecen tres etapas indispensables para la iniciación: la purificación, la iluminación y la transmutación. Resultan los medios para vencer la pereza, la sordera mental y la avidez. Estas enseñanzas se impartían en la "casa de la vida" y las pruebas correspondientes sucedían en los anexos de los templos.
En efecto, para llegar a ser discípulo de Maat, conviene no evacuar sino asimilar para transmutar: transformar la pereza en acción inteligente, integrando los valores de servicio; transformar la sordera mental en escucha interior, integrando los valores de investigación; transformar la avidez en desprendimiento, integrando los valores de altruismo y devoción. Es el proceso de transmutación en el cual se opera un cambio de polaridad por la integración de ciertos valores.

V. PARA “MAATIZAR” LA PEREZA:
LA PRUEBA DE LA BALANZA O PURIFICACIÓN

Los ejercicios de purificación son preámbulos indispensables para toda acción. Para ponerse en estado de actuar es indispensable crear un estado de disponibilidad y, para ello, desembarazarse de todo obstáculo o tacha susceptibles de pervertir la acción. La fórmula de purificación llamada “confesión negativa”, que recitaba el sacerdote cuando entraba en el patio del templo, o el difunto cuando penetraba en la sala de la balanza, expresa lo que los egipcios entendían por el estado de pureza mental y psíquica esperado:

No he hecho pasar hambre. No he hecho llorar. No he matado. No he ordenado matar. No he afligido a nadie.

Seguían abluciones fisicas con el agua lustral, símbolo de las aguas del Noun primordial, de las que se sale renacido. El estado de pureza no puede realizarse fuera de uina acción concreta en el mundo (lo que oriente llama karma yoga)… es puro el que ha actuado justamen­te, respetando las leyes, los hombres y los dioses (para los egipcios, la purificación está unida al respeto). La acción justa nos saca de la inercia y, por tanto, de la pereza.

VI. PARA “MAATIZAR” LA SORDERA MENTAL:
LA PRUEBA DE LA VISIÓN JUSTA O ILUMINACIÓN

La segunda etapa concierne a la iluminación sobre la realidad de las cosas, que permite salir de la ilusión. “Para ti se abren las Puertas det Horizonte del Otro Mundo." La gran revelación que vuelve con mucha insistencia es que la vida, más allá de sus múltiples formas, es una, como es uno lo divino, tras los múltiples dioses. La realidad es una y múltiple a la vez y hay que separarse de las apariencias para comprender la significación.
La iluminación es de orden intelectual y abre el acceso a la cara oculta de las cosas. Se sabe hoy que en Karnak esto sucedía en el Akh­menu o lugar de la revelación.

He visto a Amón en Su horizonte en la sala perfeta en
El momento en que salía del Levante [y] he comprendido que los dioses
[no] son [sino] sus hipóstasis.

En esta sala estaba expuesto un conunto de imágenes de dioses que permitían al iniciado comprender que eran los múltiples rostros del demiurgo. La identidad divina no es perceptible sino en lo invisible, en la oscuridad: en los templos, el sanctum sanctorum está sumido en las tinieblas. La iluminación supone no solamente un conocimiento intelectual sino una aptitud concreta para ver más allá de las apariencias.

Reciba yo la revelación. Literalmente: acceda yo [al cielo de las ideas luminosas] para que conozca otro remedio que aplicar [y] te lo aplique para que escuches.

dice un maestro a su alumno, Sólo esta aptitud para entrar en comunicación y en unión con lo invisible permite pensar y actuar de manera justa. Tanto como la aptitud para ver lo que es verdadero, más allá de las apariencias -hecho posible gracias a esta revelación que surge de la experiencia- permite separarse de lo que es ilusorio.

A través de la iluminación […] se opera un cambio de estado cuyo objeto es crear seres trascendentes, dotados así de una posibilidad de acción en los dos universos, visible e invisible.

Esto permite “buscar lo que es útil a mi ciudad, en mi tiempo”. Propulsado en un universo nuevo, el iniciado ve revelársele, de pronto, un mundo superior, como el prisionero de la caverna de Platón, cansado de su oscuridad, descubre un mundo luminoso mas próximo de la realidad.
La comparación utilizada por el filósofo griego para traducir estos conceptos puede haber sido tomada de este Egipto sacerdotal, que él visito en su juventud, por creer en una tradición establecida. Las ideas platónicas, situadas en un mundo superior, son, en efecto, semejantes a los dioses que componen el “cielo” de los egipcios.

Jean-Marie Kruchten, en su ya citado Les Annales des prétres de Karnak et autres textes contemporains relatifs á l´initiation des prétres d´Amon, pone en evidencia, a partir del estudio de los “padres divinos” y “profetas” del Nuevo Imperio, que sólo la capacidad de “surgir” en el mundo celeste de los dioses hace a los sacerdotes capaces de iluminación.
Esto conlleva dos elementos complementarios. El primero puede ser considerado como estático y consiste en una revelación súbita de “todas las formas, funciones y manifestaciones posibles de la divinidad, susceptibles de ser aprehendidas en su esencia misma”, es decir, del interior. Aporta un conocimiento esencial, el del misterio que está más allá de las apariencias. “El segundo, de orden dinámico, consiste en la revelación de la manera de satisfacer a los dioses y de hacer subir a Maat a Su Señor”. Es decir, hacer actuar las fuerzas presentes, así reveladas, para preservar el equilibrio del mundo”.
Se trata de adquirir una capacidad operacional ritual que haga eficaz para el mundo la iluminación recibida. El conocimiento obtenido, que no es un conocimiento de orden intelectual ni un saber libresco, une una experiencia de orden intelectual a una aptitud concreta. Permite al sacerdote iniciado ser el sustituto del faraón con el fin de asegurar el orden cósmico. Este tipo de iluminación corres­ponde a las iniciaciones de carácter mágico, porque parte de un conocimiento no literal. Requiere un extasis o una teofanía. Produce una modificación en el comportamiento y no sólo en el intelecto del individuo.
Jean-Marie Kruchten, analizando las palabras egipcias utiliza­das para este tipo de revelación, insiste en el hecho de que se trata de una realidad no perteneciente a nuestro mundo sensible y, por tanto, "intelectualmente inaccesible";…"susceptible de ser «conocida» por experiencia directa por el sacerdote que era “admitido” en el mundo suprasensible”.
Los textos egipcios insisten en el hecho de que el sacerdote, iniciado en este tipo de misterios de la red caos/anticaos, debe abstenerse de comunicar intelectualmente su conocimiento, pero debe hacerlo por la práctica, es decir, hacer pasar siempre algo de un mundo al otro.

VII. EL OJO, ÓRGANO DE LA ILUMINACIÓN

La capacidad de restituir a Dios la energía que ha empleado en la Creación y de emplearla en comportamientos justos sobrepasando las apariencias está asociada al ojo Udjat. Para el egipcio, el verbo crea y el ojo revela la creación. El que posee el ojo, o sobre todo el que ha sabido reconstituir su mirada, ve más allá de las apariencias. La barca funeraria lleva en su proa el ojo que ve en el más allá. El ojo-llama restituye, para el egipcio, la realidad esencial.
Para resucitar al dios que está en el Naos, es decir, llamar a su Ba al mundo de los vivos, el sacerdote debe partir en busca del ojo de Horus, porque el ojo es la residencia del alma del dios.

He venido hacia ti, Amón-Ra. Yo soy Toth, que se acerca a la doble época para buscar el Ojo Sagrado para su Señor. He venido he encontrado el Ojo Sagrado, se lo he contado a su Señor Horus.
­Ven a mí, Amón-Ra, para que tú me guíes [sobre] este camino que cruzas que yo repose allí en forma de Pájaro Ba […].
¡He visto al dios! He venido hacia él […]. Entro en la estatua de Maat para que Amón-Ra, Señor de Karnak, se una a su bella Maat de este día.

Los egipcios no creían que se pudiera reencontrar a los dioses de forma natural en el plano material, donde no se expresan sino a través del soporte de sus imágenes. Es el hombre quien, para reencontrar a los dioses de forma eficaz, debe trabajar para vencer su propia inercia y sobre todo su sordera mental, a fin de penetrar de manera consciente en el plano mental o imaginario de la existencia que es el de los dioses y que comparte con ellos.
El ser humano no está concebido como una criatura especial comparte algunas de las características que definen su personalidad con los dioses y los animales. Su especificidad es la de ser pensante y conferir a las cosas, concibiéndolas, una realidad coherente con aquélla en la que trata de integrarse. Es porque ha hecho de su mundo de representación una fuerza, y porque no se contenta con soportar su entorno sino que es capaz de trascenderlo por lo que el hombre adquiere su particularidad, según los egipcios. La actualización de lo humano en el hombre no puede cumplirse sino por la iluminacion.

VIII. PARA “MAATIZAR” LA AVIDEZ: LA TRANSMUTACIÓN

Durante la iluminación se recibe la revelación. La tercera etapa o transmutación se puede asociar a una ascensión, esto supone aligerarse y transmutarse como todas las cosas que, desde las profun­didades del Noun, suben a la superficie, superiores a lo que eran.

Esta transmutación pogresiva en un ser superior, tan estre­chamente ligada a la visión egipcia del mundo, encontrará su expresión más elaborada en la obra del neoplatónico Plotino…Ha impregnado además, toda nuestra alquimia medieval.

Con esta etapa, el candidato adquiere el poder -que valida la Iniciación- de transformarse en todo lo que existe. Su capacidad para expulsar a Isfet y sustituirla invariablemente por Maat está confirmada. Haciendo esto, el candidato y su entorno, unidos en la armonía cósmica, se hacen uno. Durante la iluminación su prueba es ser una unidad capaz de unir los contrarios y de hacerlos circular en la existencia. Durante la transmutación, sin perder conciencia de su propia unidad, debe poder expresarla de forma múltiple, adaptada a las exigencias del entorno. Actualizando entonces la ensenanza estática de la revelación, se torna él mismo ejemplo de lo uno y de lo múltiple.
En el Libro de los Muertos, se presenta de este modo la salida del alma a la luz del día: identificada su conciencia con el Sol y la luz, el candidato puede renacer en el Cielo, en tanto que Señor de las formas, viajero en la luz. La salida del alma a la luz del sol se hace, según este texto, gracias a la liberación dcl ciclo del tiempo. El candidato aparece al alba, en el capítulo 64, como vencedor de las fronteras del tiempo. ''Soy ayer, soy hoy, soy mañana''. Esta liberación le permite franquear todo incondicionalmente y le permite acceder a la entera libertad, simbolizada por la capacidad del alma de metamorfosearse en todas las formas cósmicas.
En Egipto, este proceso está simbolizado por el escarabajo (cuyo nombre, kepher, significa “devenir”, “llegar a ser”). Empujando su alimento con sus patas y mezclándolo con su saliva hace una bola y acaba por rodar con ella. Se convierte entonces en escarabajo alado. Metafóricamente, esta esfera creciente representa la conciencia (asi­milada al Sol) que el individuo tiene de Maat y de la cual se alimenta hasta no ser más que uno con ella e identificarse con la luz.

IX. UN DESAFIO PARA HOY: EL RETORNO DE MAAT

Las cualidades despertadas por la transmutación corresponden a la red de valores -la devoción, la investigación y el servicio- y deben estar unidas entre ellas. La transmutación no es posible sino por la integración de cada red. Así, servir o actuar sin discernimiento engendra la negligencia, la superficialidad y la irresponsabilidad. Por esa causa, la investigación sin amor provoca un enfoque de las cosas y de los seres que los transforma en objetos y da lugar al intelectualismo y a una ciencia sin conciencia. Amar sin discernimiento conduce al fanatismo. Amar sin actuar conduce al fatalismo y al no compromiso...
Todos estos comportamientos son fuentes de contravalores. Estos se manifiestan cuando los valores que, según Maat, fundamen­tan una sociedad son insolidarios unos con otros. El peligro es aun más grande pues, aunque no estén en interacción, continúan existiendo. Una sociedad regida por contravalores se vuelve muy rapidamente dificil de gobernar y aun más de transformar. Particularmente en un período de gran inestabilidad, donde cada uno se repliega sobre el valor y la cualidad que defiende y lo antepone a todo lo demás, mientras que compartir los valores es la única fuente de bienestar social. Pero este compartir no es posible sin la restauración de un “saber vivir” perdido.
El gran desafio de los tiempos actuales es vivir en una sociedad que es la imagen misma de un mundo sin Maat, donde se evidencian las tres plagas: la pereza, la sordera y la avidez.
Por una parte, una débil implicación, la inmovilidad de nuestros ciudadanos: una sociedad de la pereza sumida en la inercia, incapaz de actuar eficazmente. Por otra, la ausencia de comunicación, el anonimato, el olvido de las raíces, el hecho de vivir lo inmediato que recuerda extrañamente la sordera mental, y por lo tanto la insensibi­lidad. Por último, una ética blanda, en una sociedad moralizadora sin moral; la falta de solidaridad; la búsqueda desenfrenada de los bienes materiales y del poder, una sociedad enferma en su corazón, que utiliza el humanitarismo para darse buena conciencia y ocultar su incapacidad para tomar verdaderas decisiones por miedo de perder lo adquirido. Una sociedad de hombres ávidos, que en el fondo no se inquietan por la miseria ni por lo que ocurre en el mundo.
La enfermedad de la avidez ha hecho de nosotros seres egoístas, conduciéndonos a la sordera que nos ha vuelto insensibles y sumidos en la inercia y la indecisión que nos impiden actuar. De forma paradójica nunca se han tenido tantos medios y nunca nos hemos sentido tan impotentes. Tales son las consecuencias de un trágico olvido metafisico del cual somos todos, en alguna medida, responsa­bles desde generaciones.
A veces nuestra sociedad muestra también valores en seres capaces de solidaridad, de justicia y de autenticidad. Pero, pese a estas cualidades y a la energía positiva desplegada, se tiene un sentimiento de impotencia o al menos de escasa eficacia. ¿Qué es lo que impide crear la sinergia capaz de poner fin al desorden generalizado? Pensa­mos que, pese a la presencia de todos los componentes de Maat, no se llega a unirlos entre sí de forma convergente. Investigación, amor y servicio deben funcionar entrelazados.
Ahora bien, algunos buscan la justicia, otros la solidaridad, otros más el conocimiento. Pero cada uno está aislado -los ecologistas por un lado, los militantes de la ayuda humanitaria por otro…- convencidos de que su vía es la única. Como si cada uno de los músicos de una orquesta tocara su partitura en su rincón, creyendo que él solo puede crear la sinfonía. Cada valor, aislado de los que deben comple­tarlo para que interprete su papel, engendra finalmente más mal que bien. Es así com se envían tropas a Somalía para llevar la paz, pero no se desarma a los grupos rivales que someten al pillaje a las delegaciones humanitarias y utilizan indirectamente a los extranjeros para sus propios fines y, al fin, el estado del país es desesperado. De la misma forma, en una familia privada del padre, la madre sobreprotege al hijo y la noción de servicio se encuentra pervertida.
La gente frustrada, en lugar de entrar en un camino de transmutación, cae en el facilismo. Investigación, amor y servicio no funcionan en concierto; la sensiblería reemplaza al amor, la necesidad de darse placer o procurarse buena conciencia reemplaza al servicio, la necesidad de autosatisfacción, de superioridad, la vanidad, reempla­zan la investigación. Es el comienzo del proceso de desintegración del conjunto.
Así se enlaza el sentido con el sinsentido y emergen redes de contravalores. No se actúa más por algo, sino contra algo. No se llegan a visualizar verdaderas finalidades positivas y los medios se transfor­man en finalidades en sí, lo que constituye el defecto de las sociedades de consumo.
Es, en efecto, en el plano de las finalidades donde se sitúa el error. Tenemos todos los elementos en la mano, todos los medios a nuestra disposición. Que nadie desespere: necesitamos asumir proyectos y objetivos a largo plazo que engrandezcan al hombre y a la sociedad. Lo que hombres de otra época, con recursos aparentemente menores, han logrado, ¿por qué no hemos de lograrlo nosotros?­


EPILOGO

Los egipcios, a diferencia de nuestros contemporáneos, habían comprendido que, contrariamente a las capacidades innatas, las adquiridas pueden perderse muy rápidamente y conducir a la amnesia, a la ignorancia y a la barbarie sino se reactualizan. Sin la perpetuación de lo adquirido -por tanto, de la tradición y del conocimiento- el curso natural de las cosas lleva siempre al Noun primordial, al caos. Dejándose ir, no se puede encontrar sino la nada. Es inútil contar con el destino si no se lo ayuda.
Para el egipcio, no solamente el universo no es perfecto sino que está sujeto a la muerte. Cada día necesita renacer al alba. Cada día necesita triunfar sobre la disolución que está amenazando la creación, como la luz del día debe triunfar sobre las tinieblas de la noche. Puesto que nada es definitivo y la sociedad y el hombre no son fundamentalmente buenos, por el contrario, tanto uno como otro tienen en ellos lo bueno y lo malo: en cada generación, en cada momento, es necesario reactualizar lo adquirido, lo que ha sido. No es suficiente vencer una vez la barbarie, la ignorancia; es necesario llegar a ser capaz de hacerlo en cada instante.
Detrás de esta visión realista y sin falsa ilusión que funda su vision antropológica, el egipcio se libera de toda utopía. Sabe que para forjar un mundo armonioso no es suficiente soñar sino que es necesario luchar a cada instante, movilizando la totalidad de sus medios.
En lo concerniente a la experiencia social, los egipcios han llegado a aplicar un sistema que reproduce el modelo de la compleji­dad que redescubrimos hoy en el mundo de la fisica y de la biología. En este sentido Egipto ha sido llamado “espejo del cielo”. Este modelo es el más natural, y también el más difícil de poner en práctica, puesto que lo que se realiza de forma espontánea en la naturaleza no puede ser entre los hombres sino un hecho consciente, lo que resulta terriblemente exigente. Paradójicamente, es esto también lo que da al ser humano el sentido de su vida. Es ahí donde Maat adquiere su dimensión, puesto que da sentido a este esfuerzo para mantener la armonía en un entorno en permanente inestabilidad.
El sistema piramidal interactivo es, en efecto, un sistema vivo en equilibrio inestable, y por la forma más precaria en la que se desarrolla está en reajuste permanente. El peligro mayor que lo amenaza es la parálisis, que exige un esfuerzo permanente para seguir vivo. Implica comportamientos exigentes y rigurosos, pero también el sentido del riesgo, la flexibilidad y la adaptabilidad. El motor que permite su funcionamiento no puede ser sino la filosofía de la paradoja.
Una sociedad así organizada se derrumba -y no puede hacerlo, a menos que haya un cataclismo, sino desde el interior- si pierde la capacidad de conservar la conciencia de las flnalidades. Se trata de una sociedad del sentido en lucha constante con el sinsentido, y en la cual los medios nunca pueden devenir en las finalidades. Esta primacía del sentido y el sentimiento de pertenencia constituyen el secreto de la longevidad de la civilización egipcia. Como lo ha hecho notar Georges Livraga, la dificultad actual reside en la incapacidad de tener finalida­des a largo plazo. Los hombres no pueden vivir duraderamente en sociedad si no participan de la grandeza inherente a un destino específicamente humano.
No confundamos el hecho de imponer un sentido -actitud contraria a Maat- con una búsqueda de sentido. Los sistemas occiden­tales han ensayado desde hace siglos dar sentido y finalidad, impo­niendo modelos más que promoviendo una búsqueda abierta hacia una sociedad de sentido, lo que finalmente ha conducido a una sociedad de no sentido, inmovilizante. En la visión antropológica egipcia, el ser humano es incapaz de vivir sin Maat, porque es ella quien funda lo humano en el hombre. Lo humano no puede ser reducido a una cultura o a un modelo particular. Es el reino donde coexisten por excelencia lo uno y lo múltiple: Maat es lo que asegura la armonía de los contrarios y fundamenta la lógica del “y”. Cuando el hombre abandona Maat y no vive más que para su ego vuelve a la barbarie, porque lo que fundamenta lo humano es la aptitud para vivir por algo que lo sobrepasa.
La tercera constatación hecha por los egipcios es que el hombre no puede, so pena de caer en la barbarie, vivir sin el Estado (o la cultura), concebido como sistema piramidal interactivo. Gracias a la complejidad encarnada por él Maat puede emerger en la colectividad. Porque Maat no puede ser el producto de una persona sino del conjunto de las interacciones individuales, colectivas y cósmicas. Y esto permite al Estado, como al individuo, funcionar según una lógica ecológica para incorporarse a la complejidad universal y funcionar según sus reglas. Por eso Egipto era considerado el espejo del cielo.
La apropiación de la complejidad del universo por la colectivi­dad y los individuos está relacionada con el hecho de que la sociedad no está constituida de una vez por todas sino que se recrea cada día, cíclicamente. Es éste el cuarto fundamento de la antropología egipcia -conforme a la célebre fórmula de Lavoisier que dice que nada se pierde sino que todo se transforma-, según la cual Maat instaura y mantiene la circulación entre las cosas por la restitución. Maat, en tanto fuente de la solidaridad, simboliza los lazos que existen entre las cosas. La restitución obedece al principio de la circulación de la vida entre los diferentes planos de la existencia tanto como en el interior de cada uno de ellos. Es también lo que asegura la unión entre las generaciones.
Toda actividad o producción humana debe ser o devenir ofrenda, es decir, restitución, bajo la forma de actos justos, de lo que ha sido dado. Así, todo entra en circulación: los bienes de la Tierra circulan hacia el Cielo, los de los hombres hacia los dioses y recíprocamente. Este circuito de restitución devuelve toda cosa a su origen, ennquecida. Cada trabajo se hace ofrenda, cada acto se hace sagrado, es decir, cargado de sentido, en el respeto a Maat.
En fin, el último principio de esta visión es de una total actualidad: incluso haciendo el bien y sirviendo a Maat no estamos al abrigo del mal. Pero el hombre justo no debe jamás perder la confianza. Incluso si los dioses se han alejado de los hombres, nos recuerdan los textos egipcios, queda la esperanza y la convicción de que “los rayos del sol iluminan siempre la faz del hombre prudente” (profecias de Neferti). El hombre prudente es, para los egipcios, quien sabe guardar su corazón al abrigo de la avidez. Esta prudencia es el motor de todo comportamiento justo y piadoso que permite transfor­mar el mal en bien.
Más que a combatir el mal, el egipcio se aplica a favorecer lo que es justo. Realista, sabe que no se puede erradicar el mal y que toda represión no hace sino combatir los efectos sin remediar las causas. De ese modo, es más importante y más eficaz luchar por el bien que contra el mal. Por esto el objetivo de la sociedad es hacer todo lo necesario para formar la mayor cantidad posible de hombres justos, capaces de actuar por el bien.
Egipto nos lega una pista para entrever al hombre universal, desafío de hoy. Porque si en otro tiempo Egipto se consideraba el espejo del cielo, es todo el planeta, hoy, el que debe llegar a serlo.

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