25/8/08

INICIACION Y PENSAMIENTO SIMBOLICO (PART.3 FINAL)


CAPÍTULO IX
LA INICIACIÓN EN EGIPTO

I. INICIACIÓN EGIPCIA Y TEORÍA DE LA COMPLEJIDAD

El proceso de iniciación de Egipto reproduce en escala humana la relación de fuerzas y los procesos de la complejidad cósmica, donde coexisten Noun y anti Noun. La iniciación rehace la cosmonía y por eso mismo trasciende la condición humana personal para acceder a la dimension cósmica, al hombre universal.
En efecto, el itinerario iniciático es un periplo que va del caos al anticaos por intermedio de Maat. El tribunal de Maat aparece como un lugar de descomposición y de recomposición, en el cual la conciencia se torna capaz de reconfigurar una nueva personalidad, capaz de vivir y de asimilar nuevas y más ricas experiencias.
La visión egipcia se acerca a las teorías de la complejidad enunciadas por Edgar Morin. El orden nace del desorden por intermedio de un proceso interior de organización. Todo sistema obtiene su existencia (su orden) del medio, que es desorden (caos) para el sistema en cuestión, inutilizable tal cual se presenta. Este desorden debe ser, pues, asimilado (maatizado) a su orden existente. Una manzana es una estructura organizada pero, desde el punto de vista de la alimentacion del ser humano, es "desorden" porque no puede ser asimilada en ese estado. La masticación y la digestión van, destructurándola y descomponiendola, a “organizar” la manzana como nutrición, en “orden” para nuestra supervivencia biológica, aunque este proceso, que entraña la destrucción de la manzana como tal, sea un "desorden" desde el punto de vista formal.

Escena de la psicostasia o el pasaje del Alma.

Poner en orden, en efecto, no es solamente una cuestión de forma exterior, de apariencia estética y de obediencia a criterios culturales unidos a la idea de productos acabados de claros contornos. Poner en orden es, en realidad, ante todo, dejar las cosas disponibles para que sean utilizables, accesibles o asimilables en función de las finalidades que se les han dado. Es un proceso que no es ni mecánico ni estético, sino orgánico y funcional. Permite ordenar diferentemente cualquier cosa que tenía su orden propio pero que era, para retomar el ejemplo de la manzana, inaccesible en tanto alimento. Para que la manzana entre en relación orgánica es indispensable que pase por una fase de desorden que le permita encontrar un nuevo orden (en nuestro ejemplo, la manzana reducida a papilla).
De la misma forma, en la iniciación para que una personalidad sea integrable en una red pasa por un proceso de desorden-orden, de muerte-resurrección. El desorden aparente puede ser orden, el orden aparente puede ser desorden, conforme a la concepción hindú de maya (la ilusión).
Este proceso de asimilación que Edgar Morin llama “organiza­ción” se sitúa entre desorden y orden, tal como Maat entre caos y pirámide. Desarrolla nuevas capacidades de asimilación a partir de los mismos compuestos, lo que no es posible sino por una vuelta temporal al caos.
La función transfiguradora de Maat hace asimilables las expe­riencias del individuo así como las relaciones con su entorno y lo vivido, de tal suerte que se torna capaz de integrar un nuevo orden. Sin Maat, el paso de un orden a otro no es posible.
En el caso de la iniciación, no se puede pasar de un nivel de conciencia inferior (orden precedente) a un nuevo estado de concien­cia (nuevo orden) sin pasar por la prueba de la balanza.
En efecto, el universo entero era comparado por los egipcios con una inmensa balanza cósmica que regulaba, por la armonía de los contrarios, las fuerzas del mundo. Esta balanza se situaba en el corazón del Palacio de Maat. Hacia ella se dirigían los corazones de todos los difuntos, para ser juzgados por sus actos. El Palacio de Maat es mencionado ya en la época de las pirámides. Con el tiempo, se lo asociará al tribunal de Osiris, dios de la muerte y de la resurreccion. En cada uno de los platillos de la balanza se sitúan el corazón del individuo y la pluma que simboliza a Maat.
Esta sala representa las seis direcciones del espacio-universo en cuyo corazón reside la balanza, orden y ojo del mundo por el cual todo pasa. En torno de ella, signo del equilibrio ideal, están dispersos todos los principios constitutivos de la personalidad humana. Un único componente está en la balanza y los representa a todos: el corazón, Ab, sede para los egipcios de la conciencia y de las facultades de memoria y de imaginación. Es este corazón-conciencia, órgano de la metamorfosis, el que responde a las pruebas de la balanza.
El juicio del corazón en la balanza aparece como una condición necesaria para el éxito tanto del viaje hacia el más allá como de la muerte simbólica necesaria a toda iniciación. El juicio sanciona la capacidad del individuo para pasar de una dimensión de la existencia a otra y lo declara apto para recibir una iluminación o transfiguración. Justificado el corazón, el candidato lleva el nombre de Maakheru, es decir, ''un justo de voz", “el que dice la Maat”.

“En el escenario de los ritos iniciáticos”, como explica Eliade, “la «muerte» corresponde a la vuelta provisional al «caos», es pues la expresión ejemplar del fin de un modo de ser, el de la ignorancia y la irresponsabilidad infantil. La muerte iniciática hace posible la tabla rasa sobre la que se inscribiran las revelaciones sucesivas, destinadas a formar un hombre nuevo […]. Las imágenes y símbolos de la muerte ritual son solidarios de la germinación, de la embriología, indican ya que una nueva vida se está preparando”.

II. LAS FUNCIONES DEL CORAZÓN

El corazón es depositario de dos funciones esenciales memoria e imaginación, unidas, la primera, al pasado, a las raíces, a la experien­cia, a lo adquirido; la segunda, a la capacidad de representarse en el porvenir, la proyección, la creatividad, la capacidad de verse de otro modo. La justa unión en cada uno de memoria e imaginación, de pasado y porvenir, les permite entrar en sinergia (actividad conjunta).
Si un individuo se puede reconciliar con su pasado, asumir sus raíces y sus experiencias buenas y malas; si, gracias a esta adquisición puede escoger mejor las propias finalidades, sus verdaderos objetivos, se tiende una línea entre pasado, presente y porvenir y esta relación hace de las cualidades del corazón una matriz de transformación. El hombre puede devenir otro. Es por lo que el corazón esta asociado al escarabajo (el devenir). Es necesaria una relación justa, el equilibrio entre raíces y porvenir, medios y finalidades. Es esto lo que es juzgado. Cuando están en desequilibrio, el corazón se paraliza, no se puede acceder a nuevos niveles de complejidad, lo que para los egipcios constituye la verdadera muerte.
Todas las realizaciones están, según ellos, basadas en la repeti­ción, pero en diferentes niveles de complejidad. Lo monótono se hace así un medio para avanzar hacia lo desconocido. Por eso, para los egipcios, lo que está en lo alto es como lo que está abajo, lo pequeño y lo grande están en correspondencia. Estas correspondencias dan las referencias que permiten a una persona situarse, no estar desprovista en su caminar y ser menos dependiente del entorno.
De hecho, la balanza actúa como principio de reorganización (de experiencia y de estructuras), por eso la personalidad del candidato aparece fragmentada en torno de la balanza, a la espera de una nueva síntesis en lo que toca al corazon cuando haya franqueado con éxito la prueba del juicio; dicho de otra forma, cuando su capacidad de reorgani­zación se haya manifestado. El iniciado no ha recibido nuevos compo­nentes, pero ha experimentado en sí mismo una nueva complejidad. La balanza no es el símbolo de un equilibrio estático, sino de una dinamización de la conciencia que permite el acceso a nuevas calificaciones.
La muerte y la resurrección del dios Osiris son un ejemplo: los trozos de su cuerpo despedazado, diseminados por todo Egipto por su hermano-enemigo, Seth, transforman la tierra egipcia en tierra de transmutación y resurrección. Recuperados por su hennana Isis, estos elementos van a ser unidos en una nueva complejidad; gracias a la momificación se harán de nuevo solidarias las partes del cuerpo de Osiris, pero esta vez su nuevo cuerpo será un cuerpo de gloria, pasando del orden carnal al espintual.
Los grandes sacerdotes griegos o romanos eran habitualmente nombrados por una decisión de orden social, tomada, por ejemplo, en Roma por el Senado, dependiendo de la Iniciación tribal o religiosa, pero en ningún caso mágica, es decir, no se requería una experiencia de éxtasis o teofanía como en Egipto. Pues en la cultura del Nilo los sumos sacerdotes habilitados para penetrar en el naos generalmente no dejaban jamás el templo, contrariamente a los sacerdotes portadores de barcas que tenían una iniciación religiosa pero salían del templo y tenían una función de representación.
Toda evolución implica un cambio de costumbres, tanto en el comportamiento como en el pensamiento. La trampa es confundir orden y costumbre. Ser menos prisionero de las ideas admitidas y de prejuicios nos hace más aptos para resolver problemas nuevos, mientras que las ataduras a la facilidad nos hacen demasiado dependientes de los hábitos, que se vuelven nuestros guías. Si no aprendemos a “desorga­nizar” nuestras costumbres, no es posible ningún cambio de compor­tamiento. El proceso de transformación que hace asimilables los nuevos comportamientos necesita un corazon libre, establecido en Maat. Este proceso, itinerario que los egipcios llamaban "el camino de Horus o del combatiente", implica una atención permanente.
Gracias a los ritos de iniciación, los egipcios se sentían capaces de reproducir a escala humana -y de una manera casi científica; por tanto, a voluntad- el proceso que permite el orden del mundo y su conservación. Apropiándose de este proceso a escala humana, se hacen capaces de lo mismo en la sociedad. El iniciado es la condición y la garantía del orden social. Por el contrario, cuando la iniciación ha dejado de ser el fruto de una búsqueda interior, cuando ha perdido su sentido y se ha vuelto un valor simplemente social, la cohesión y el orden social se erosionan. La iniciación no es solamente una finalidad individual, es indispensable para que la sociedad pueda continuar encarnando y manteniendo la unión cósmica. Lo esencial no es luchar contra el mal, sino generar “justos de voz”. Cuantos más “justos de voz” pueda engendrar una sociedad, más garantía tiene de poder crear y perpetuar el orden en su seno.

III. PIRÁMIDE E INICIACON

Si se corta transversalmente una pirámide y se la mira desde arriba, se tiene ante los ojos un laberinto formado por el núcleo central y los muros de apoyo que lo rodean. Es el recorrido serpenteante emprendido, desde el interior hacia el exterior, por las fuerzas del anti Noun para crear el mundo y empujar al Noun hacia la periferia. Pero es también, en sentido inverso, el itinerario de lo profano hacia lo sagrado y el modelo de todo recorrido iniciático, el candidato a la iniciación remonta el espacio y el tiempo en sentido inverso de las fuerzas de lo cotidiano que, juntamente con la creación, llevan al deterioro y a la muerte.
El hombre que quiere caminar hacia Maat y hacia sí mismo debe situarse en la vida contra la corriente para retornar a los orígenes y ser contemporáneo del nacimiento de las cosas. Es ahí donde se sitúa el punto de ruptura entre caos y anticaos, es ahí donde opera el pasaje. Esta marcha contra la corriente obliga a desembarazarse de lo superfluo para acceder a lo esencial.
A los ojos de los egipcios, este recorrido estaba simbolizado por la crecida del Nilo, cuyo simbolísmo es elocuente. El Nilo corre del sur al norte, aportando anualmente, en plena sequía, el agua y, sobre todo, el limo, que transforman las tierras rojas abrasadas por el sol en tierras negras y fecundas.
Así el sentido de lo que corre -de sur a norte- simboliza la fecundidad, la renovación de la vida material. Remontar la corriente del Nilo es ir desde el mar salado, el agua estéril (el Mediterráneo), hacia las fuentes ocultas de las aguas fecundas del Nilo. Los egipcios se orientaban con relación al sur: lugar de la victoria de la luz sobre la oscuridad, de la fecundidad sobre la esterilidad.


Corte transversal de la pirámide: el laberinto de todo recorrido iniciático.
El itineratio que va desde el centro de la pirámide hasta su periferia es, por lo mismo, de doble sentido. En efecto, la pirámide no encierra solamente, entre sus secretos simbólicos, la imágen del orden del mundo y de la sociedad. En su dimensión transversal nos hace descubrir el
itinerario de su construcción: el de una espiral ascendente que dibuja la travesía del ser humano, la de dirigirse hacia su interioridad.
Para los egipcios, el individúo que llega a cumplir este estado es maakheru, es decir, ''justo de voz'' o ''justificado''. Es la palabra que empleaban para designar al difunto que había pasado con éxito, en el más allá, el peso del alma, y cuyo corazón se había revelado tan ligero como la pluma de Maat. Maakheru es el justo, capaz de producir Maat en sus comportamientos.

El estado de justo aparece en los textos egipcios como previo a toda verdadera iniciación.
El hombre justo -"piramidal"- se relacio­na con el jeroglífico que designa al que se inicia, que comprende dos consonantes, "b" y "s", y en el que aparecen dos pies en posición de marcha, sobre los cuales hay un pez que salta fuera del agua, el vientre vuelto hacia el cielo: salir del agua implica un retorno, una verdadera conversión (metanoía, en griego). Este jeroglífico expresa lo que se invierte y sale del Noun. Significa a la vez introducir y surgir.
Evoca al ser que, en la consecución de su recorrido interior, “ha sacado la cabeza fuera del agua”, se ha hecho capaz de "respirar fuera del agua" (del Noun) y de vivir al aire libre, a plena luz. Su antigua "naturaleza" ha transmutado, dado que puede ahora vivir en otro medio superior al primero. Los que habían cumplido esta transmutación eran los únicos que entre los egipcios estaban autorizados a penetrar en el corazón del templo, en el sanctum sanctorum sumido en la oscuridad indispensable para ver a Dios, y que la lengua egipcia designa con la expresión "subir al cielo". Allí, los iniciados podían hacer subir al cielo la ofrenda: Maat.
La progresión espiritual no es una simple carrera de obstáculos en un camino recto al final del cual se percibe la llegada. La llegada está oculta por los meandros del laberinto. Cuando el fin es visible, es más fácil hallar la fuerza y la dirección a seguir, pero cuando el camino gira no se sabe dónde se va: es el momento de las incertidumbres y las angustias, el de los verdaderos obstáculos, donde será probada la calidad de cada uno. En este tipo de paso, las enseñanzas ofician de brújula, de referencias que permiten la orientación y ayudan a tomar el buen sendero.
En diversas etapas, en efecto, a lo largo del recorrido, los meandros del laberinto requieren un cambio de dirección. Así progresivamente, se aprende el desapego de los hábitos y las ideas preconcebidas. Se puede comparar este itinerario interior con el que es, para los egipcios, el itinerario del alma en el más allá, en el curso del cual ésta debe pasar cuarenta y dos puertas. En el paso de cada una deja un cierto número de cosas tras de sí y se purifica a la vez. En las ilustraciones sobre papiro, el tamaño del difunto aumenta progresiva­mente a medida que pasa las puertas, hasta que alcanza el tamaño de los dioses y queda vestido con una simple túnica de lino blanco.

Jeroglifico que indica al que se inicia.


CAPÍTULO X
MAAT Y LA ALQUIMIA DE LA INDIVIDUACIÓN

Los egipcios habían detectado tres obstáculos que podían impedir “vivir” Maat: la pereza,
la sordera mental y la avidez.

I. DE LA PEREZA A LA ACCIÓN INTELIGENTE

Para evitar la pereza -cuyo trazo más sobresaliente es la inercia- la bondad egipcia aconseja no romper jamás la unión entre la acción y sus consecuencias, actuar uno por otro, cultivar la reciprocidad y la solidaridad activas para desarrollar las cualidades de servicio y de autonomía. Para salir de la inercia, los egipcios preconizan hacer de la acción una ofrenda, conforme al principio de la restitución.
La pérdida de la memoria, fuente de pereza, hace que el individuo olvide la finalidad de sus actos, el sentido de su vida. Está entonces atrapado por las necesidades del momento. Entre dos necesidades, queda inactivo, en la espera de otro menestero del deseo siguiente que se va a suscitar. Olvida sus compromisos respecto de sus orígenes como respecto de aquéllos con los cuales ha establecido relaciones y contraído deudas. Pierde la noción de restitución, piensa que no debe nada a nadie, que se ha hecho solo, sin padre ni madre ni entorno educativo. No actua sino en función de sus necesidades a corto plazo, sin medir las consecuencias de sus actos a mediano y largo plazo. Para los egipcios la inercia no es simplemente la inacción, sino la acción sin perspectiva, que no obedece sino al impulso del momen­to y responde al instinto de supervivencia. El hombre que actua así se excluye del orden social porque no vive sino en la perspectiva de su interés inmediato.

No hay ayer para los perezosos,
No hay amigo para el que es sordo a la Maat,
No hay día de fiesta para el ávido.

Actuar es insertarse en el orden del mundo, con conciencia de donde se viene y a donde se
va, con conciencia de estar integrado en este orden y solidariamente con todo lo que esta
vivo.

II. DE LA SORDERA MENTAL A LA ESCUCHA INTERIOR

Para el egipcio, la sabiduría va a la par del silencio. Escuchar y contemplar corresponden para él a una meta de interiorización, a través de la cual se puede integrar en las verdaderas realidades y captar su sentido. Así, el acto litúrgico más importante se hacía en soledad, en el corazón del templo donde reinan el silencio y la oscuridad, en la intimidad de la relación de un hombte con la imagen de Dios. Es un acto fuertemente interiorizado que exige una extrema concentración y una total atención para no mancillar el carácter sagrado del momento y del lugar. Solo ante la imagen de Dios y ante sí mismo, el rey-sacerdote no puede escuchar más que su corazón para levantar las ofrendas. Debe desarrollar una extrema confianza y un gran dominio de sí para sobrepasar en ese instanne la condición humana y establecer la unión con la dimensión de lo sagrado.
Mientras quela inercia plantea el problema de la solidaridad en la acción social, la sordera mental plantea el tema de la solidaridad en la comunicación. La escucha que permite comprender y reflexionar antes de actuar desarrolla las cualidades de discernimiento y de
investigación.

Es por la escucha como el sentido [la sensación] penetra en el hombre, le da forma y lo transforma en un ser sensible...La sordera hacia Maat es insensibilidad…
En cuanto al insensato que no escucha, dice Ptahotep, no ha nadie que actúe por él. No pone más precio al conocimiento que a la ignorancia, a lo útil que a lo despreciable... Su mal carácter es conocido por los grandes. Vive estando muerto cada día... Si la escucha es buena, la palabra es buena.

La escucha mutua permite el acuerdo recíproco y hace nacer la confianza.
En otro nivel, la noción de escucha implica ponerse en el lugar del otro: si la pérdida de memoria es fuente de pereza, la falta de imaginación y la incapacidad de representarse otra cosa que a sí mismo son la fuente de la sordera. La importancia de la escucha está igualmente unida al hecho de que antes de juzgar es siempre necesario escuchar, y así confirmar al otro en su derecho de expresar su punto de vista y, por lo tanto, de existir.

III. DE LA AVIDEZ AL DESAPEGO

De todos los pecados, para el egipcio, la avidez es el más importante. Es la enfermedad del corazón más grave porque es el motor del egoísmo, de la voluntad de separación. Para vencerla, es necesario desarrollar el altruismo, la intención solidaria, el don, la generosidad, la abnegación, el amor a los demás.
El hombre ávido se identifica con sus posesiones y con sus deseos más que con lo que es. Rehúsa, tras una ambición desmesurada, asumir su propia ley de acción, su lugar en el mundo. No se reconoce como es, es profundamente egocéntrico. Por lo tanto, no puede en ningún momento, asumir el principio de la solidaridad universal.

Guárdate de un acto de avidez,
porque es una enfermedad grave e incurable,
que no puede dar lugar a la intimidad,
Envilece a los padres y a las madres;
como hermanos de una misma madre,
vuelve agrio el dulce de la amistad,
aleja del maestro a un amigo
separa la esposa del esposo […]
Pero el hombre que se conforma a la Maat, permanecerá.
­El que camina según sus pasos
Podrá hacer un testamento a causa de ello.
Pero el ávido no tiene tumba.

La fuente de la avidez es el temor que en ningún momento impide trascender el instinto de supervivencia. El hombre ávido se cree incapaz de aportar nada a nadie. Su corazón no está desapegado, y no podrá jamás justificar sus actos en el más allá y, según el punto de vista egipcio, está condenado a la disolución que temía tanto en vida. Para sanar de esta enfermedad es necesario actualizar todas las funciones de la conciencia humana, representadas en Egipto por el símbolo del corazón, sede de Maat.
Vencer los tres obstáculos de Maat conduce al desapego y aligera el corazón, decían los egipcios. No saber dónde se va no justifica la inacción. Es necesario aprender a romper con la inercia, entrar en movimiento, como se hace un calentamiento al iniciar una práctica de gimnasia, para vencer la inmovilidad. Después, más profundamente, hay que aprender a no actuar por actuar, sino encontrar una finalidad altruista que no se puede despertar mientras se permanezca sordo a los demás, prisionero del egoísmo y del individualismo. La última etapa consiste en no actuar por ansia de valorización o de poder sino de forma desinteresada, sin esperar respuesta, independientemente de la opinión de los demás, por convicción íntima.
En este descenso al fondo de las cosas y de nosotros mismos los egipcios nos ponen en guardia: es en el momento más oscuro y en el lugar más profundo donde tiene lugar el combate entre nuestras ligaduras, nuestro egoísmo y nuestro ser espiritual, el único que es capaz de actuar más allá de nuestra propia persona. Una voluntad de libetarse de las apariencias y de los pretextos falsos es indispensable, como el desarrollo en lo más profundo de sí de una conviccion que sea matriz de comportamientos justos.

IV. LA “CASA DE LA VIDA” Y EL ITINERARIO DE LA INICIACIÓN

En los textos que nos han legado los egipcios aparecen tres etapas indispensables para la iniciación: la purificación, la iluminación y la transmutación. Resultan los medios para vencer la pereza, la sordera mental y la avidez. Estas enseñanzas se impartían en la "casa de la vida" y las pruebas correspondientes sucedían en los anexos de los templos.
En efecto, para llegar a ser discípulo de Maat, conviene no evacuar sino asimilar para transmutar: transformar la pereza en acción inteligente, integrando los valores de servicio; transformar la sordera mental en escucha interior, integrando los valores de investigación; transformar la avidez en desprendimiento, integrando los valores de altruismo y devoción. Es el proceso de transmutación en el cual se opera un cambio de polaridad por la integración de ciertos valores.

V. PARA “MAATIZAR” LA PEREZA:
LA PRUEBA DE LA BALANZA O PURIFICACIÓN

Los ejercicios de purificación son preámbulos indispensables para toda acción. Para ponerse en estado de actuar es indispensable crear un estado de disponibilidad y, para ello, desembarazarse de todo obstáculo o tacha susceptibles de pervertir la acción. La fórmula de purificación llamada “confesión negativa”, que recitaba el sacerdote cuando entraba en el patio del templo, o el difunto cuando penetraba en la sala de la balanza, expresa lo que los egipcios entendían por el estado de pureza mental y psíquica esperado:

No he hecho pasar hambre. No he hecho llorar. No he matado. No he ordenado matar. No he afligido a nadie.

Seguían abluciones fisicas con el agua lustral, símbolo de las aguas del Noun primordial, de las que se sale renacido. El estado de pureza no puede realizarse fuera de uina acción concreta en el mundo (lo que oriente llama karma yoga)… es puro el que ha actuado justamen­te, respetando las leyes, los hombres y los dioses (para los egipcios, la purificación está unida al respeto). La acción justa nos saca de la inercia y, por tanto, de la pereza.

VI. PARA “MAATIZAR” LA SORDERA MENTAL:
LA PRUEBA DE LA VISIÓN JUSTA O ILUMINACIÓN

La segunda etapa concierne a la iluminación sobre la realidad de las cosas, que permite salir de la ilusión. “Para ti se abren las Puertas det Horizonte del Otro Mundo." La gran revelación que vuelve con mucha insistencia es que la vida, más allá de sus múltiples formas, es una, como es uno lo divino, tras los múltiples dioses. La realidad es una y múltiple a la vez y hay que separarse de las apariencias para comprender la significación.
La iluminación es de orden intelectual y abre el acceso a la cara oculta de las cosas. Se sabe hoy que en Karnak esto sucedía en el Akh­menu o lugar de la revelación.

He visto a Amón en Su horizonte en la sala perfeta en
El momento en que salía del Levante [y] he comprendido que los dioses
[no] son [sino] sus hipóstasis.

En esta sala estaba expuesto un conunto de imágenes de dioses que permitían al iniciado comprender que eran los múltiples rostros del demiurgo. La identidad divina no es perceptible sino en lo invisible, en la oscuridad: en los templos, el sanctum sanctorum está sumido en las tinieblas. La iluminación supone no solamente un conocimiento intelectual sino una aptitud concreta para ver más allá de las apariencias.

Reciba yo la revelación. Literalmente: acceda yo [al cielo de las ideas luminosas] para que conozca otro remedio que aplicar [y] te lo aplique para que escuches.

dice un maestro a su alumno, Sólo esta aptitud para entrar en comunicación y en unión con lo invisible permite pensar y actuar de manera justa. Tanto como la aptitud para ver lo que es verdadero, más allá de las apariencias -hecho posible gracias a esta revelación que surge de la experiencia- permite separarse de lo que es ilusorio.

A través de la iluminación […] se opera un cambio de estado cuyo objeto es crear seres trascendentes, dotados así de una posibilidad de acción en los dos universos, visible e invisible.

Esto permite “buscar lo que es útil a mi ciudad, en mi tiempo”. Propulsado en un universo nuevo, el iniciado ve revelársele, de pronto, un mundo superior, como el prisionero de la caverna de Platón, cansado de su oscuridad, descubre un mundo luminoso mas próximo de la realidad.
La comparación utilizada por el filósofo griego para traducir estos conceptos puede haber sido tomada de este Egipto sacerdotal, que él visito en su juventud, por creer en una tradición establecida. Las ideas platónicas, situadas en un mundo superior, son, en efecto, semejantes a los dioses que componen el “cielo” de los egipcios.

Jean-Marie Kruchten, en su ya citado Les Annales des prétres de Karnak et autres textes contemporains relatifs á l´initiation des prétres d´Amon, pone en evidencia, a partir del estudio de los “padres divinos” y “profetas” del Nuevo Imperio, que sólo la capacidad de “surgir” en el mundo celeste de los dioses hace a los sacerdotes capaces de iluminación.
Esto conlleva dos elementos complementarios. El primero puede ser considerado como estático y consiste en una revelación súbita de “todas las formas, funciones y manifestaciones posibles de la divinidad, susceptibles de ser aprehendidas en su esencia misma”, es decir, del interior. Aporta un conocimiento esencial, el del misterio que está más allá de las apariencias. “El segundo, de orden dinámico, consiste en la revelación de la manera de satisfacer a los dioses y de hacer subir a Maat a Su Señor”. Es decir, hacer actuar las fuerzas presentes, así reveladas, para preservar el equilibrio del mundo”.
Se trata de adquirir una capacidad operacional ritual que haga eficaz para el mundo la iluminación recibida. El conocimiento obtenido, que no es un conocimiento de orden intelectual ni un saber libresco, une una experiencia de orden intelectual a una aptitud concreta. Permite al sacerdote iniciado ser el sustituto del faraón con el fin de asegurar el orden cósmico. Este tipo de iluminación corres­ponde a las iniciaciones de carácter mágico, porque parte de un conocimiento no literal. Requiere un extasis o una teofanía. Produce una modificación en el comportamiento y no sólo en el intelecto del individuo.
Jean-Marie Kruchten, analizando las palabras egipcias utiliza­das para este tipo de revelación, insiste en el hecho de que se trata de una realidad no perteneciente a nuestro mundo sensible y, por tanto, "intelectualmente inaccesible";…"susceptible de ser «conocida» por experiencia directa por el sacerdote que era “admitido” en el mundo suprasensible”.
Los textos egipcios insisten en el hecho de que el sacerdote, iniciado en este tipo de misterios de la red caos/anticaos, debe abstenerse de comunicar intelectualmente su conocimiento, pero debe hacerlo por la práctica, es decir, hacer pasar siempre algo de un mundo al otro.

VII. EL OJO, ÓRGANO DE LA ILUMINACIÓN

La capacidad de restituir a Dios la energía que ha empleado en la Creación y de emplearla en comportamientos justos sobrepasando las apariencias está asociada al ojo Udjat. Para el egipcio, el verbo crea y el ojo revela la creación. El que posee el ojo, o sobre todo el que ha sabido reconstituir su mirada, ve más allá de las apariencias. La barca funeraria lleva en su proa el ojo que ve en el más allá. El ojo-llama restituye, para el egipcio, la realidad esencial.
Para resucitar al dios que está en el Naos, es decir, llamar a su Ba al mundo de los vivos, el sacerdote debe partir en busca del ojo de Horus, porque el ojo es la residencia del alma del dios.

He venido hacia ti, Amón-Ra. Yo soy Toth, que se acerca a la doble época para buscar el Ojo Sagrado para su Señor. He venido he encontrado el Ojo Sagrado, se lo he contado a su Señor Horus.
­Ven a mí, Amón-Ra, para que tú me guíes [sobre] este camino que cruzas que yo repose allí en forma de Pájaro Ba […].
¡He visto al dios! He venido hacia él […]. Entro en la estatua de Maat para que Amón-Ra, Señor de Karnak, se una a su bella Maat de este día.

Los egipcios no creían que se pudiera reencontrar a los dioses de forma natural en el plano material, donde no se expresan sino a través del soporte de sus imágenes. Es el hombre quien, para reencontrar a los dioses de forma eficaz, debe trabajar para vencer su propia inercia y sobre todo su sordera mental, a fin de penetrar de manera consciente en el plano mental o imaginario de la existencia que es el de los dioses y que comparte con ellos.
El ser humano no está concebido como una criatura especial comparte algunas de las características que definen su personalidad con los dioses y los animales. Su especificidad es la de ser pensante y conferir a las cosas, concibiéndolas, una realidad coherente con aquélla en la que trata de integrarse. Es porque ha hecho de su mundo de representación una fuerza, y porque no se contenta con soportar su entorno sino que es capaz de trascenderlo por lo que el hombre adquiere su particularidad, según los egipcios. La actualización de lo humano en el hombre no puede cumplirse sino por la iluminacion.

VIII. PARA “MAATIZAR” LA AVIDEZ: LA TRANSMUTACIÓN

Durante la iluminación se recibe la revelación. La tercera etapa o transmutación se puede asociar a una ascensión, esto supone aligerarse y transmutarse como todas las cosas que, desde las profun­didades del Noun, suben a la superficie, superiores a lo que eran.

Esta transmutación pogresiva en un ser superior, tan estre­chamente ligada a la visión egipcia del mundo, encontrará su expresión más elaborada en la obra del neoplatónico Plotino…Ha impregnado además, toda nuestra alquimia medieval.

Con esta etapa, el candidato adquiere el poder -que valida la Iniciación- de transformarse en todo lo que existe. Su capacidad para expulsar a Isfet y sustituirla invariablemente por Maat está confirmada. Haciendo esto, el candidato y su entorno, unidos en la armonía cósmica, se hacen uno. Durante la iluminación su prueba es ser una unidad capaz de unir los contrarios y de hacerlos circular en la existencia. Durante la transmutación, sin perder conciencia de su propia unidad, debe poder expresarla de forma múltiple, adaptada a las exigencias del entorno. Actualizando entonces la ensenanza estática de la revelación, se torna él mismo ejemplo de lo uno y de lo múltiple.
En el Libro de los Muertos, se presenta de este modo la salida del alma a la luz del día: identificada su conciencia con el Sol y la luz, el candidato puede renacer en el Cielo, en tanto que Señor de las formas, viajero en la luz. La salida del alma a la luz del sol se hace, según este texto, gracias a la liberación dcl ciclo del tiempo. El candidato aparece al alba, en el capítulo 64, como vencedor de las fronteras del tiempo. ''Soy ayer, soy hoy, soy mañana''. Esta liberación le permite franquear todo incondicionalmente y le permite acceder a la entera libertad, simbolizada por la capacidad del alma de metamorfosearse en todas las formas cósmicas.
En Egipto, este proceso está simbolizado por el escarabajo (cuyo nombre, kepher, significa “devenir”, “llegar a ser”). Empujando su alimento con sus patas y mezclándolo con su saliva hace una bola y acaba por rodar con ella. Se convierte entonces en escarabajo alado. Metafóricamente, esta esfera creciente representa la conciencia (asi­milada al Sol) que el individuo tiene de Maat y de la cual se alimenta hasta no ser más que uno con ella e identificarse con la luz.

IX. UN DESAFIO PARA HOY: EL RETORNO DE MAAT

Las cualidades despertadas por la transmutación corresponden a la red de valores -la devoción, la investigación y el servicio- y deben estar unidas entre ellas. La transmutación no es posible sino por la integración de cada red. Así, servir o actuar sin discernimiento engendra la negligencia, la superficialidad y la irresponsabilidad. Por esa causa, la investigación sin amor provoca un enfoque de las cosas y de los seres que los transforma en objetos y da lugar al intelectualismo y a una ciencia sin conciencia. Amar sin discernimiento conduce al fanatismo. Amar sin actuar conduce al fatalismo y al no compromiso...
Todos estos comportamientos son fuentes de contravalores. Estos se manifiestan cuando los valores que, según Maat, fundamen­tan una sociedad son insolidarios unos con otros. El peligro es aun más grande pues, aunque no estén en interacción, continúan existiendo. Una sociedad regida por contravalores se vuelve muy rapidamente dificil de gobernar y aun más de transformar. Particularmente en un período de gran inestabilidad, donde cada uno se repliega sobre el valor y la cualidad que defiende y lo antepone a todo lo demás, mientras que compartir los valores es la única fuente de bienestar social. Pero este compartir no es posible sin la restauración de un “saber vivir” perdido.
El gran desafio de los tiempos actuales es vivir en una sociedad que es la imagen misma de un mundo sin Maat, donde se evidencian las tres plagas: la pereza, la sordera y la avidez.
Por una parte, una débil implicación, la inmovilidad de nuestros ciudadanos: una sociedad de la pereza sumida en la inercia, incapaz de actuar eficazmente. Por otra, la ausencia de comunicación, el anonimato, el olvido de las raíces, el hecho de vivir lo inmediato que recuerda extrañamente la sordera mental, y por lo tanto la insensibi­lidad. Por último, una ética blanda, en una sociedad moralizadora sin moral; la falta de solidaridad; la búsqueda desenfrenada de los bienes materiales y del poder, una sociedad enferma en su corazón, que utiliza el humanitarismo para darse buena conciencia y ocultar su incapacidad para tomar verdaderas decisiones por miedo de perder lo adquirido. Una sociedad de hombres ávidos, que en el fondo no se inquietan por la miseria ni por lo que ocurre en el mundo.
La enfermedad de la avidez ha hecho de nosotros seres egoístas, conduciéndonos a la sordera que nos ha vuelto insensibles y sumidos en la inercia y la indecisión que nos impiden actuar. De forma paradójica nunca se han tenido tantos medios y nunca nos hemos sentido tan impotentes. Tales son las consecuencias de un trágico olvido metafisico del cual somos todos, en alguna medida, responsa­bles desde generaciones.
A veces nuestra sociedad muestra también valores en seres capaces de solidaridad, de justicia y de autenticidad. Pero, pese a estas cualidades y a la energía positiva desplegada, se tiene un sentimiento de impotencia o al menos de escasa eficacia. ¿Qué es lo que impide crear la sinergia capaz de poner fin al desorden generalizado? Pensa­mos que, pese a la presencia de todos los componentes de Maat, no se llega a unirlos entre sí de forma convergente. Investigación, amor y servicio deben funcionar entrelazados.
Ahora bien, algunos buscan la justicia, otros la solidaridad, otros más el conocimiento. Pero cada uno está aislado -los ecologistas por un lado, los militantes de la ayuda humanitaria por otro…- convencidos de que su vía es la única. Como si cada uno de los músicos de una orquesta tocara su partitura en su rincón, creyendo que él solo puede crear la sinfonía. Cada valor, aislado de los que deben comple­tarlo para que interprete su papel, engendra finalmente más mal que bien. Es así com se envían tropas a Somalía para llevar la paz, pero no se desarma a los grupos rivales que someten al pillaje a las delegaciones humanitarias y utilizan indirectamente a los extranjeros para sus propios fines y, al fin, el estado del país es desesperado. De la misma forma, en una familia privada del padre, la madre sobreprotege al hijo y la noción de servicio se encuentra pervertida.
La gente frustrada, en lugar de entrar en un camino de transmutación, cae en el facilismo. Investigación, amor y servicio no funcionan en concierto; la sensiblería reemplaza al amor, la necesidad de darse placer o procurarse buena conciencia reemplaza al servicio, la necesidad de autosatisfacción, de superioridad, la vanidad, reempla­zan la investigación. Es el comienzo del proceso de desintegración del conjunto.
Así se enlaza el sentido con el sinsentido y emergen redes de contravalores. No se actúa más por algo, sino contra algo. No se llegan a visualizar verdaderas finalidades positivas y los medios se transfor­man en finalidades en sí, lo que constituye el defecto de las sociedades de consumo.
Es, en efecto, en el plano de las finalidades donde se sitúa el error. Tenemos todos los elementos en la mano, todos los medios a nuestra disposición. Que nadie desespere: necesitamos asumir proyectos y objetivos a largo plazo que engrandezcan al hombre y a la sociedad. Lo que hombres de otra época, con recursos aparentemente menores, han logrado, ¿por qué no hemos de lograrlo nosotros?­


EPILOGO

Los egipcios, a diferencia de nuestros contemporáneos, habían comprendido que, contrariamente a las capacidades innatas, las adquiridas pueden perderse muy rápidamente y conducir a la amnesia, a la ignorancia y a la barbarie sino se reactualizan. Sin la perpetuación de lo adquirido -por tanto, de la tradición y del conocimiento- el curso natural de las cosas lleva siempre al Noun primordial, al caos. Dejándose ir, no se puede encontrar sino la nada. Es inútil contar con el destino si no se lo ayuda.
Para el egipcio, no solamente el universo no es perfecto sino que está sujeto a la muerte. Cada día necesita renacer al alba. Cada día necesita triunfar sobre la disolución que está amenazando la creación, como la luz del día debe triunfar sobre las tinieblas de la noche. Puesto que nada es definitivo y la sociedad y el hombre no son fundamentalmente buenos, por el contrario, tanto uno como otro tienen en ellos lo bueno y lo malo: en cada generación, en cada momento, es necesario reactualizar lo adquirido, lo que ha sido. No es suficiente vencer una vez la barbarie, la ignorancia; es necesario llegar a ser capaz de hacerlo en cada instante.
Detrás de esta visión realista y sin falsa ilusión que funda su vision antropológica, el egipcio se libera de toda utopía. Sabe que para forjar un mundo armonioso no es suficiente soñar sino que es necesario luchar a cada instante, movilizando la totalidad de sus medios.
En lo concerniente a la experiencia social, los egipcios han llegado a aplicar un sistema que reproduce el modelo de la compleji­dad que redescubrimos hoy en el mundo de la fisica y de la biología. En este sentido Egipto ha sido llamado “espejo del cielo”. Este modelo es el más natural, y también el más difícil de poner en práctica, puesto que lo que se realiza de forma espontánea en la naturaleza no puede ser entre los hombres sino un hecho consciente, lo que resulta terriblemente exigente. Paradójicamente, es esto también lo que da al ser humano el sentido de su vida. Es ahí donde Maat adquiere su dimensión, puesto que da sentido a este esfuerzo para mantener la armonía en un entorno en permanente inestabilidad.
El sistema piramidal interactivo es, en efecto, un sistema vivo en equilibrio inestable, y por la forma más precaria en la que se desarrolla está en reajuste permanente. El peligro mayor que lo amenaza es la parálisis, que exige un esfuerzo permanente para seguir vivo. Implica comportamientos exigentes y rigurosos, pero también el sentido del riesgo, la flexibilidad y la adaptabilidad. El motor que permite su funcionamiento no puede ser sino la filosofía de la paradoja.
Una sociedad así organizada se derrumba -y no puede hacerlo, a menos que haya un cataclismo, sino desde el interior- si pierde la capacidad de conservar la conciencia de las flnalidades. Se trata de una sociedad del sentido en lucha constante con el sinsentido, y en la cual los medios nunca pueden devenir en las finalidades. Esta primacía del sentido y el sentimiento de pertenencia constituyen el secreto de la longevidad de la civilización egipcia. Como lo ha hecho notar Georges Livraga, la dificultad actual reside en la incapacidad de tener finalida­des a largo plazo. Los hombres no pueden vivir duraderamente en sociedad si no participan de la grandeza inherente a un destino específicamente humano.
No confundamos el hecho de imponer un sentido -actitud contraria a Maat- con una búsqueda de sentido. Los sistemas occiden­tales han ensayado desde hace siglos dar sentido y finalidad, impo­niendo modelos más que promoviendo una búsqueda abierta hacia una sociedad de sentido, lo que finalmente ha conducido a una sociedad de no sentido, inmovilizante. En la visión antropológica egipcia, el ser humano es incapaz de vivir sin Maat, porque es ella quien funda lo humano en el hombre. Lo humano no puede ser reducido a una cultura o a un modelo particular. Es el reino donde coexisten por excelencia lo uno y lo múltiple: Maat es lo que asegura la armonía de los contrarios y fundamenta la lógica del “y”. Cuando el hombre abandona Maat y no vive más que para su ego vuelve a la barbarie, porque lo que fundamenta lo humano es la aptitud para vivir por algo que lo sobrepasa.
La tercera constatación hecha por los egipcios es que el hombre no puede, so pena de caer en la barbarie, vivir sin el Estado (o la cultura), concebido como sistema piramidal interactivo. Gracias a la complejidad encarnada por él Maat puede emerger en la colectividad. Porque Maat no puede ser el producto de una persona sino del conjunto de las interacciones individuales, colectivas y cósmicas. Y esto permite al Estado, como al individuo, funcionar según una lógica ecológica para incorporarse a la complejidad universal y funcionar según sus reglas. Por eso Egipto era considerado el espejo del cielo.
La apropiación de la complejidad del universo por la colectivi­dad y los individuos está relacionada con el hecho de que la sociedad no está constituida de una vez por todas sino que se recrea cada día, cíclicamente. Es éste el cuarto fundamento de la antropología egipcia -conforme a la célebre fórmula de Lavoisier que dice que nada se pierde sino que todo se transforma-, según la cual Maat instaura y mantiene la circulación entre las cosas por la restitución. Maat, en tanto fuente de la solidaridad, simboliza los lazos que existen entre las cosas. La restitución obedece al principio de la circulación de la vida entre los diferentes planos de la existencia tanto como en el interior de cada uno de ellos. Es también lo que asegura la unión entre las generaciones.
Toda actividad o producción humana debe ser o devenir ofrenda, es decir, restitución, bajo la forma de actos justos, de lo que ha sido dado. Así, todo entra en circulación: los bienes de la Tierra circulan hacia el Cielo, los de los hombres hacia los dioses y recíprocamente. Este circuito de restitución devuelve toda cosa a su origen, ennquecida. Cada trabajo se hace ofrenda, cada acto se hace sagrado, es decir, cargado de sentido, en el respeto a Maat.
En fin, el último principio de esta visión es de una total actualidad: incluso haciendo el bien y sirviendo a Maat no estamos al abrigo del mal. Pero el hombre justo no debe jamás perder la confianza. Incluso si los dioses se han alejado de los hombres, nos recuerdan los textos egipcios, queda la esperanza y la convicción de que “los rayos del sol iluminan siempre la faz del hombre prudente” (profecias de Neferti). El hombre prudente es, para los egipcios, quien sabe guardar su corazón al abrigo de la avidez. Esta prudencia es el motor de todo comportamiento justo y piadoso que permite transfor­mar el mal en bien.
Más que a combatir el mal, el egipcio se aplica a favorecer lo que es justo. Realista, sabe que no se puede erradicar el mal y que toda represión no hace sino combatir los efectos sin remediar las causas. De ese modo, es más importante y más eficaz luchar por el bien que contra el mal. Por esto el objetivo de la sociedad es hacer todo lo necesario para formar la mayor cantidad posible de hombres justos, capaces de actuar por el bien.
Egipto nos lega una pista para entrever al hombre universal, desafío de hoy. Porque si en otro tiempo Egipto se consideraba el espejo del cielo, es todo el planeta, hoy, el que debe llegar a serlo.

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19/8/08

INICIACION Y PENSAMIENTO SIMBOLICO (PART.2)

CAPÍTULO V
LA PIRÁMIDE, MODELO DE UN UNIVERSO ARMONIOSO


Por el acto mismo de erguirse, el demiurgo hace entrar en convergencia un conjunto de pensamientos y sustancias, de formas y de vidas, que se unen en el espacio-tiempo. Esto se traduce por la primera manifestación comprensible, inteligente, del orden universal, generalmente representado por los egipcios bajo la figura de una colina o de una isla de llamas, en forma de pirámide. Es la forma primordial escogida por los egipcios como el símbolo del universo manifestado - por tanto, del anti Noun -; para los egipcios esta forma piramidal simbolizará, por sí misma, durante milenios el orden inteligente del mundo.
Esta colina piramidal no es el universo en tanto tal, sino el arquetipo, modelo y matriz, la forma ideal que traduce las relaciones armoniosas entre los principios cósmicos instaurados por Maat; el régimen de interdependencias positivas que permitirán la existencia de un mundo habitable. Maat organiza y hace entrar en coherencia y convergencia estos principios que toman la forma simbólica de la pirámide.
Es ante todo una realidad mental, matriz de todas las formas futuras, y la primera es el Sol de donde surgirá la luz. Los egipcios han organizado su sociedad según el modelo piramidal, y sus tumbas son pirámides porque la representación ideal del mundo es, para ellos, la pirámide.
Esta forma surgida de las aguas primordiales estaba perfectamente indicada en el plano mágico para vencer a la muerte. Es, en efecto, la forma original que ha podido derrotar a las fuerzas destructoras del Noun. Entrar hasta el corazón de la pirámide equivale a penetrar en el corazón de la génesis del mundo y ser así capaz de un nuevo nacimiento. Para esto era necesario que el rey, depositado en su tumba en el corazón y eje de la pirámide, hubiera actuado durante su vida con un corazón justo, es decir, habitado por Maat. Justificada por sus acciones terrestres, su alma gana el derecho de reincorporarse a las fuerzas primordiales de la creación personalizadas por la luz del Sol.
La pirámide es llamada también la Luminosa, escalera de luz que une el Cielo con la Tierra. El jeroglífico de la pirámide es MR, el triángulo isósceles negro nacido de las dos colinas, del mismo modo como puede verse el Sol levantarse entre dos colinas.
Los griegos vieron en las pirámides egipcias la encarnación de la llama primordial. El nombre pirámide viene de la raíz griega pir que significa “fuego”. La característica de la llama es elevarse desde abajo hacia lo alto, cualquiera sea la posición de su soporte. Así la pirámide está en relación con las nociones de extrema tensión y de convergencia hacia lo alto.
La pirámide nos revela por su arquitectura el orden del universo con su imagen ideal. Su función de montaña cósmica garantiza la comunicación entre el Cielo y la Tierra por medio de su cúspide central, el piramidión, que une lo visible y lo invisible a través de sus cámaras interiores. Es, en fin, el lugar de la transmutación del alma de aquél que ha sabido vencer la muerte afirmándose más allá de sus miedos. En consecuencia, resulta el monumento iniciático por excelencia, símbolo de jerarquía y de conocimiento transfigurador de comunión con todos los planos de la existencia.
La pirámide es la imagen misma de la cultura capaz de engendrar una civilización. Su base representa la tradición, y sus cuatro caras la ciencia, la religión, el arte y la política. Cada una de ellas rige uno de los planos de la personalidad individual y de la colectiva: el conocimiento, el sentimiento, el principio de transformación de la energía y la organización.
A través de su función de símbolo, la pirámide focaliza y hace converger las diferentes fuerzas de la existencia, permitiéndoles así organizarse en un orden habitable. Maat es la imagen-símbolo que da su organicidad al sistema piramidal. Sin ella, quedaría una estructura estática, desprovista de vida.

I. LA PIRÁMIDE O EL ANTICAOS

La teoría del anticaos - que constituye uno de los desarrollos más recientes y prometedores de la ciencia actual - evidencia, por una parte, que el caos paradójicamente engendra el anticaos, a saber, “estructuras" capaces de organizar (como la matriz piramidal pata los antiguos egipcios). Muestra que todas las cosas retornan al caos, que el anticaos reencuentra limites y que existe un vaivén incesante entre el caos y el anticaos.

Paradojicamente, la estabilidad de la pirámide, reforzada por las presiones horizontales dirigidas hacia el núcleo central, aumenta con su altura.

De modo que no vivimos, como creemos de ordinario, en un sistema estable, que evoluciona suavemente, sino en un sistema que vacila constantemente entre el orden y el desorden. El anticaos, la aspiración de la naturaleza al orden, está contrarrestado por el caos. Dicho de otro modo, lo que para nosotros es orden - es decir, toda forma de creación, lo más estable en apariencia - está permanentemente en estado de equilibrio inestable.
Es en el punto de ruptura entre el caos y el anticaos cuando el comportamiento de una estructura se revela más complejo: es enton­ces cuando su equilibrio resulta el fruto de una extrema tensión entre el caos y el anticaos (entre el Noun y el anti Noun, para los egipcios). Parece paradójico el hecho de que, cuando el equilibrio es más precario, la complejidad - la riqueza, pues - del sistema es mayor. Es el mantenimiento de esta tensión extrema entre los dos opuestos complementarios lo que otorga duración al conjunto.
¿Por qué está Maat insertada en el seno de la pirámide; a qué se debe esta relación extraña entre Maat y el sistema piramidal, elemen­tos aparentemente extranjeros y sin embargo inseparables?
Si aceptamos que el sistema piramidal es el anti Noun, Maat simbolizada por la balanza cósmica que se incrusta en el corazón de la creación - es quien permite el equilibrio, en tensión extrema, entre los dos sistemas complementarios del caos y el anticaos. Gracias a este equilibrio, Maat genera elementos estables y accesibles para la razón humana y las necesidades de una sociedad. Permite una coherencia que hace habitable el mundo, sin descartar el caos. En efecto, es el caos el que confiere la posibilidad de una evolución sin la cual se ataca el orden fijo de la pirámide de estructura horizontal.
El ya mencionado piramidión es Maat, como punto de contacto que articula las tensiones, el orden y el Noun Maat permite la coherencia y la armonía no solamente en el interior de la misma estructura piramidal, sino entre la estructura y lo que le es exterior, es decir, el Noun. Maat opera tanto en el ámbito de la vida como en el de la muerte.
En fin esta visión nos obliga a tomar conciencia de lo que era la representación de lo real para el egipcio: construida de caos y anticaos e igualmente de un tercero incluido, que posibilita el paso entre ambos y es también la zona de mayor inestabilidad. Este lugar de paso está simbolizado por el demiurgo: el pasa de una orilla a la otra de esta doble realidad.
Sin embargo, no es suficiente conseguir este paso, no más que el equilibrio. Si Maat es la hija mayor del demiurgo, Ra, sin ella la tensión no puede mantenerse en equilibrio y el universo no puede manifestarse. La forma en la que se instaura es el sistema piramidal. Pero resulta necesario mantenerlo, porque es inestable, y asegurar cíclicamente las condiciones (verdad, justicia) indispensables para la existencia de Maat. Esta situación crea una responsabilidad entre las criaturas del mundo manifestado: la de garantizar la permanencia de la creación en un entorno inestable.
Se comprende mejor, así, la relación de Thot, dios inventor de la cultura y de la civilización, con Ra y Maat. Al instaurar la cultura y los ritos, Thot desarrolla los comportamientos culturales indispensables para combatir el curso natural de las cosas. Con la invención de la escritura combate el olvido, con el Libro de los Muertos combate la muerte, con la invención del calendario combate el deterioro. Tales son los útiles que permiten el mantenimiento, no del orden aparente sino del orden profundo.
La coexistencia del Noun y del anti Noun se evidencia por la arquitectura de los templos egipcios. El santuario está siempre rodeado por una muralla de ladrillos secos en forma de zigzag, que representa las aguas del Noun. En el interior mismo del santuario hay siempre un lago sagrado de forma cuadrada o rectangular, utilizado para recoger las aguas de! Noun destinadas a la purificación de los sacerdotes al alba, y de aguas lustrales según las necesidades. El Noun está, pues, igualmente presente en el anti Noun: domesticado por la forma, se torna benéfico.

II. MAAT Y EL SISTEMA PIRAMIDAL

Comprended el mensaje del que está en umbral de la
Muerte.
Que cada hombre se haga amar por su prójimo. Que la rectitud sea respetada en todas sus palabras.
Os hablo con mi corazón, generaciones futuras, y espero que vosotros me respondáis.

(Advertencias de Iuper, 2000 años a.c.)


Cuando, en nuestros días, se habla de sistema piramidal, o de una sociedad que habría empleado el sistema piramidal para organizar su Estado, se trata de imágenes de connotación negativa. En efecto, se percibe en la comprensión de la gente como un sistema rígido, fijo, arbitrario, destructor, asociado al estancamiento, a la cerrazón, al aislamiento y a la burocracia, a la ausencia de comunicación y de libertad. La gente a la que se le pregunta evoca, respecto de ello, instituciones que perciben como represivas o inhumanas: administración, ejercito, iglesia, empresa o aun terrorismo estatal como lo han practicado las dictaduras: el nazismo alemán, el fascismo italiano, la Unión Soviética y los países de Europa del Este. Proponer hoy el sistema piramidal como punto de partida de una civilización donde los hombres llegarían a vivir mejor juntos aparece como una elección aberrante, contraria a las lecciones de la historia reciente.
Esto ocurre porque sin Maat la forma piramidal pierde su organicidad, su convivencia, su solidaridad; no es justo ni auténtico. Acaba siendo una estructura de niveles estancos, superpuestos, en el que cada uno aplasta los inferiores. No son la inteligencia ni la justicia las que gobiernan la colectividad, sino la fuerza y el poder sin otra finalidad que a sí mismo.
Esta forma piramidal o capas horizontales no es un sistema en el verdadero sentido del término, puesto que la interdependencia entre el conjunto y sus componentes es inexistente. Nos encontramos ante una estructura estática, incapaz de unir sino por la coerción y la fuerza. La pirámide pierde su cualidad esencial: su aptitud ascensional.
Los egipcios no construían así ni sus pirámides de piedra ni su pirámide social. En uno y otro caso, edificaban sistemas orgánicos, estructuras que permitían descargar las tensiones, y creaban relacio­nes orgánicas entre sus componentes.
Distinguiremos, pues, para evitar toda ambigüedad, lo que llamaremos la estructura piramidal estática y el sistema piramidal interactivo.

III. CÓMO CONSTRUÍAN LOS EGIPCIOS UNA PIRÁMIDE

Al construir la pirámide la primera etapa consiste en encontrar una colina cuyo núcleo rocoso constituya el punto de anclaje y su punto de partida. Se rodea después este núcleo, centro y origen del futuro eje de la pirámide, con un muro orientado según los cuatro puntos cardinales, sobre el cual se van a apoyar paneles de muros verticales convergentes en la cima. Desde esta colina crecerá el conjunto tanto hacia lo alto como en las cuatro direcciones horizontales,
En efecto, contrariamente a la opinión corriente, la pirámide no está hecha de una serie de niveles superpuestos horizontalmente. Un ingeniero suizo estudio en 1952, el juego de tensiones en el interior de la pirámide. Noto que la marcada resistencia del conjunto (después de cinco mil años aproximadamente las pirámides de Gizeh están aun en pie) se debe principalmente al sistema de descarga de las tensiones. En efecto, el 75% de las presiones verticales se transmiten al núcleo interno gracias a la inclinación de los muros. Solo la carga restante, el 25%, se apoya en peso muerto sobre el basamento. Esta construcción por paneles verticales permite a las piedras estar sometidas a menor presión y, por tanto, ser más “ligeras”.
Así, paradójicamente, la estabilidad de la pirámide aumenta con su altura: cuanto más alta es una construcción piramidal, más ligera es; cuanto más grande, más resistente. Por eso la gran pirámide es mas resistente que las más pequeñas que la rodean. La estructura piramidal es el ejemplo de un sistema capaz de armonizar las fuerzas contradictorias, gracias a su capacidad de integrar el juego de tensiones contrarias que se instauran en su seno y le dan poder. Las presiones verticales, horizontales, transversales, en lugar de destruirla, contribuyen a reforzar su poder gracias a los principios arquitectónicos que le son propios. Esta estructura piramidal da, pues, nacimiento a un sistema, puesto que hay total interdependencia entre las partes y el conjunto. No estamos ante una forma piramidal de capas horizontales, inerte, sino ante un verdadero sistema orgánico e interactivo.
A bases iguales, las pirámides egipcias son siempre más altas que las de otras civilizaciones. Así la pirámide del Sol de Teotihuacán (México) ocupa la misma superficie en el suelo que la Gran Pirámide y es dos veces menos alta. Los egipcios no han elegido la solución más fácil sino la más eficaz. La inclinación de la pirámide corresponde al número áureo, causa de la relación más armónica para el ojo humano. Por eso las pirámides egipcias continúan suscitando el asombro y la admiración, más que todas las demás.
Cuando la construcción llega a su término, se añade sobre el cuadrado de la cima el piramidión, que es la corona. Es en todo el edificio la única piedra triangular, constituida por un solo bloque. Su altura corresponde aproximadamente a una décima parte de la de la pirámide. Punto de anclaje en el cielo, es la contraparte del núcleo rocoso que constituye el punto de anclaje en la Tierra y en las fuerzas telúricas.
Su colocación hace al edificio operativo en el plano simbólico y mágico: esta piedra de forma piramidal es como una piedra-germen, la piedra angular que resume sola el edificio y le da su sentido. Es a través del píramidion como el alma del faraón dejaba la Tierra para retornar al Cielo. El píramidion representa la colina primordial de donde ha nacido la luz. Es el punto de reencuentro entre el Cielo y la Tierra. Es el centro-cumbre, resultado del eje y de las cuatro caras de la pirámide que simbolizan cada una un punto cardinal, una dirección del espacio y, por ello, un elemento de la realidad. El centro-cumbre une entonces todos los contrarios, la cruz horizontal simbolizada por las cuatro caras de la pirámide, y lo alto y lo bajo figurados por el eje vertical. Punto de convergencia, da al conjunto su organicidad en el espacio y el tiempo: las pirámides estaban orientadas con referencia al Sol y a las estrellas, al día y a la noche, al cielo diurno y al cielo nocturno.

IV. LA PIRÁMIDE SOCIAL

Funcionalmente, el piramidión ejerce sobre el edificio el mismo papel que Maat en el mundo y en la sociedad de los hombres. Es la única piedra cuyo peso se reparte igualmente sobre el conjunto de la pirámide. De la misma forma, cada uno porta a Maat y se une a ella.
Desde el punto de vista de la organización social, se puede obtener del sistema de construcción de la pirámide un cierto número de enseñanzas.
El más pequeño no está bajo el más grande - sería entonces su esclavo - sino a su lado. Cada uno ocupa el lugar correspondiente a su tamaño, determinado por su aptitud para asumir responsabilidades y su voluntad de hacerlo. A imagen de los paneles de muros verticales de la pirámide, nos encontramos en presencia de individuos que se sostienen mutuamente sin aplastarse, sino teniéndose de la mano. Nada se interpone entre el Cielo y la cabeza de cada uno, no más que entre sus pies y el suelo cada uno con su propio destino y su espacio para cumplirlo. Así se puede vivir la autonomía en la solidaridad. Así se hace posible la ascensión, tanto individual como colectiva, en la medida en que se realiza la individualización de cada uno en un estado transpersonal de servicio.
El reparto de cargas es directamente proporcional a la talla de las personas y por lo tanto a su capacidad de llevarlas. Y aquéllos que llevan menos son los más pequeños, contrariamente a lo que ocurre en la pirámide horizontal donde los más pequeños son los más cargados, donde los diferentes niveles no se dan la mano, y las cabezas de los que están debajo son aplastadas por los pies de los que están encima y cuyo peso soportan. Esta pirámide horizontal, mutilada, en la que existe una comunicación entre los que pertenecen a un mismo nivel, pero ninguna entre los diferentes niveles, es la base de todos los sistemas donde se desarrollan, lógicamente, las reivindicaciones corporativistas, las luchas de clase, etcétera.
A través de este ejemplo de la arquitectura de piedra aplicada a la arquitectura social se encuentran las tres características de Maat, fundadora del orden social egipcio: la solidaridad, la justicia (cada uno en su puesto) y la verdad (o la autenticidad). Tanto en el plano material
como en el social, si falta una sola de estas características la pirámide no puede ser realizada, puesto que constituye un todo indisociable.
Se encuentran en la naturaleza innumerables ejemplos de estructuras piramidales, tales como el ecosistema del bosque ecuatorial o nuestro mismo cuerpo. En la naturaleza., la estructura piramidal es la acción de una relación de fuerzas mecánicas. Si uno de los niveles del ecosistema es destruido todo el conjunto desaparece, como lo pone en evidencia la deforestación de la Amazonia: aunque sólo ciertas especies sean abatidas, toda la selva está amenazada.
Por el contrario, el sistema piramidal promovido por los egipcios estaba concebido no como un producto natural sino cultural. Organizada a partir de Maat, la sociedad egipcia lo toma como efecto contrario del estado natural. Así el Estado egipcio estaba obligado a defender a los débiles y poner la fuerza al servicio de la justicia. Por ello el pueblo egipcio - compuesto de varias etnias - constituyó la primera sociedad multirracial, particularmente tolerante tanto desde el punto de vista étnico como de las creencias. En fin, como - según ellos - la naturaleza de las cosas contempla que se utilicen, se degraden y se corrompan, el orden de Maat - que se puede, a fin de cuentas, definir como un estado de conciencia y de vigilancia transmitidos culturalmente – era diariamente reconstruidos por comportamientos políticos y rituales.
Aunque cada uno era responsable de transmitir y mantener ese orden inteligente en la sociedad, el garante supremo era el faraón, obligado a ser el heredero de los dioses que legaron a los egipcios sus instituciones. Era juzgado no por la vida que llevaba, y por la cual el pueblo se interesaba muy poco, sino según sus obras y, fundamental­mente, por su aptitud para asegurar la subsistencia, la fecundidad y la Justicia en el país. Si el hambre amenazaba, si las tensiones y los conflictos sociales no eran resueltos, si Justicia no se respetaba, el pueblo se sentía con derecho a rebelarse. ¡Desde las primeras dinastías - en este sistema aparentemente totalitario - se constatan huelgas!

CAPÍTULO VI
LAS ESTRUCTURAS DE UN MUNDO HABITABLE

La visión egipcia del mundo no está muy alejada de la de ciertos antropólogos contemporáneos. Consideran que por el acto cultural, definido por el atesoramiento de las adquisiciones y su transmisión a través de diversas innovaciones, el hombre se ha liberado del funcionamiento mecánico de la naturaleza y de su condicionamiento. Por su capacidad de ir a veces incluso contra la corriente del orden natural, pero inspirado por ella, se ha verticalizado y ha devenido humano.
Se trata justamente de esto: de un mundo humano, habitable, de una civilización que para los egipcios se expresa en la noción de Estado, inscrito en una estructura piramidal. En este mundo humano habitable la ley del más fuerte es abolida; la justicia y la verdad pueden reinar. En efecto, para el egipcio la opresión no es un hecho político sino un fenómeno natural que es necesario contrarrestar por la política, por el Estado. Es esta una visión totalmente opuesta a la de Jean-Jacqes Rousseau respecto del paraíso perdido del buen salvaje.
"El Estado natural'' es, por cierto, para el egipcio, un estado de violencia y de lucha generalizadas (una ''isla de llamas''), a la que se opone el esfuerzo de solidaridad de los hombres que, pese a su diversidad geográfica y étnica, se reconocen en una visión común del mundo: la estructura piramidal donde se desarrolla Maat.

I. EL ESTADO AL SERVICIO DE MAAT

Las bases metafísicas sobre las cuales está fundado el Estado faraónico proponen una institución que tiende a liberar al hombre del hombre, a fin de luchar eficazmente contra el reino de la violencia, contra el avasallamiento, la fuerza autocrática. El rey en Egipto, dicen los textos:

...debe salvar al miserable e ir contra la ley del más fuerte. Sé bueno, pero castiga a los malos [...]. El reino entero depende de tu buen gobierno. Es placentero ver a los trabajadores que se afanan, pero exigir mucho del pueblo es un error y esto te hará impopular [...]. Sé justo con los ciudadanos que están en el país, tu eres responsable de ellos [...]. Permite al pueblo dar su opinión sobre tu espíritu.
Honra y haz próspero a tu pueblo porque es bueno actuar para el futuro haciendo el bien. Respeta una vida hecha de vigilancia, no te dejes llevar por la satisfacción de ti mismo porque serás un hombre miserable. Qué mediocre es aquél que liga todo el país a su persona y que insensato es el hombre ávido, puesto que hay suficiente para todos.
Practica Maat [la justicia] tanto tiempo como estés en la tierra, no oprimas a la viuda ni al huérfano, no prives a un hombre de bien de su padre.


(“Enseñanzas del rey del Alto y Bajo Egipto a su hijo Merikaro”, citado en Elizabeth Le Hut, Les Livres de sagesse des pharaons, París, Gallimard, 1979, pp. 57-59

Los fundamentos de un mundo humano y habitable son, según el punto de vista egipcio, la verdad, la justicia, la confianza. Estos tres valores definen el concepto de Maat que, como se puede constatar, es uno y múltiple a la vez.
El orden que nace de la realización de Maat es el fruto de una transmutación dinámica permanente del no sentido en sentido, del caos en armonía inteligente, del salvajismo en civilización, que se cumple a través de las estructuras del Estado, transformando la virtualidad de la Maat cósmica en la realidad concreta de la Maat social. Este orden no es una realidad estética, fija, sino una relación dinámica que el rey y los hombres, inspirados por Maat, realizan cuando se tornan capaces de adaptarse de forma constante, por el esfuerzo conjugado de la voluntad, de la imaginación y de la memoria, para que el mundo en el cual viven sea habitable y constituya por tanto aquí abajo una imagen del universo entero.
La justicia no es el resultado de recetas ni está fundada sobre un código civil estricto, porque lo que se juzga es siempre el corazón o, dicho de otro modo, la conciencia. La verdad no es nunca un dogma, porque se expresa bajo múltiples facetas; como prueba, nos basta ver la multitud de mitos que relatan la creación, la multitud de dioses que expresan cada uno, una manera diferente para los egipcios de sentir lo sagrado, uno y múltiple a la vez. La confianza no está en los contratos, sino en la escucha recíproca que nace de la contemplación, de la incorporación o de la integración en el otro y, más aún, en la naturaleza o en las estructuras del mundo. La confianza es la circula­ción de la vida.
Este orden se establece en el marco de una visión una y múltiple (expresión de la verdad) en el seno de la cual cada ser debe hallar su sitio en una relación armoniosa (expresión de la justicia). Cada componente de la sociedad es solidario con los otros componentes y con los dioses (expresión de la confianza). Para realizar esto no es necesario ni receta ni dogma, sino un esfuerzo constante, una actitud que genera un mundo más humanizado, en el cual se puede vivir, no como un bárbaro, sino como un ser humano capaz de expresarse, de respetar y de ser respetado.
El orden es el resultado de un proceso de transformación del cual Maat es el agente y la causa a través de sus múltiples cualidades. El proceso de unión entre todas estas cualidades, el circuito de regulación que asegura todas las relaciones con los otros, con los dioses y consigo mismo han sido elaborados por el dios Thot, inventor de los ritos, de la escritura, de la religión y del Estado egipcios.

II. EL ESTADO ESPEJO DEL CIELO

El Estado es asimilado por los egipcios a Egipto mismo y no se trata del país geográfico. El país físico deviene Egipto cuando, por mediación de la geografía sagrada, instaurada por Thot, se torna espejo del cielo, es decir, una representación a escala reducida del orden del mundo en la Tierra. Este orden del mundo realizado en la Tierra es el Estado egipcio. Él crea las estructuras permitiendo que se produzcan las relaciones entre lo visible y lo invisible, entre la vida y la muerte. A través de la arquitectura sagrada de los templos y de las tumbas, las tierras egipcias, ordenadas y orientadas según los ritmos estelares y solares, recuerdan a cada instante al ciudadano egipcio que habita en un mundo regido por Maat.

NORTE
OESTE - CURSO - RA - ESTE
SUR

Los puntos cardinales y el recorrido del Sol.

En su imaginación, cada egipcio habitaba en el corazón de un cuadrado sagrado, el TI, la Tierra-Colina. La organización simbólica del espacio, así como el calendario ritmado por la renovación anual aportada por la crecida del Nilo, transformaron esta Tierra-Colina en Colina-Estado en un lugar de concentración de las fuerzas del mundo animado, bajo la acción constante y complementaria de la luz y del agua.
El curso del Nilo, desde el sur hacia el norte, divide las tierras en orientales v occidentales. Corno principio crónico subterráneo, fecundaba cada año la tierra egipcia y la renovaba organizando el ciclo anual. Con el tiempo, quedó asimilado al dios Osiris.
El curso del agua cruza cotidianamente el curso de la luz, trazado por el periplo solar, Ra. Principio activo y celeste, el Sol une las tierras egipcias, el este y el oeste, la vida y la muerte, las dos orillas de eternidad, simbolizadas por el flujo, en el corazón de una cruz de agua y de fuego. El Sol orienta el espacio como el río organiza el tiempo. Opuestos y complementarios, el Sol y el río dibujan con su dinámica la carta imaginarla de Egipto, estableciendo un tiempo y un espacio sagrados.
Esta cruz simbólica está ya figurada en el jeroglífico predinástico de la ciudad, primera estructura habitable. Expresa, por una parte, a través de la cruz, la organización social y urbana que ha nacido en el cruce de los caminos, imagen de la colina o de la estructura piramidal interactiva; por otra parte, a través del recinto circular, imagen del Noun, el lugar protegido y habitable. La cruz de complementarios de agua y de luz orienta el círculo y expresa el centro-cúspide. Así, el lugar se hace capaz de insertarse en una realidad significativa que lo contiene.
Todo el simbolismo del Estado, en tanto espejo del cielo, se encuentra resumido en esta imagen, lugar de transformación y bisagra entre barbarie y civilización, caos y orden, no sentido y sentido.

III. EL REY AL SERVICIO DEL ESTADO

La religión tradicional de Egipto nos enseña que el universo inteligente no puede vivir de otra cosa que de Maat. Desde el dios demiurgo hasta el más común de los mortales de corazón justo, pasando por el faraón, nadie puede dispensarse de este alimento que constituye, para los egipcios, el fundamento de todo el mundo humano: la verdad, la justicia y la confianza. El mundo natural está así “maatizado''. Gracias a las estructuras del Estado y a la acción del rey y de los hombres justos se hace entonces inteligible, fiable, habitable. Maat, el rey y el Estado son solidarios y su tríptico fundamenta la soberanía de Egipto.

El egipcio comprende el mundo en una estructura piramidal.
Las energías cosmogónicas son múltiples y diferenciadas, pero están localizadas en la figura del
dios-Sol-demiurgo-soberano universal.
Es necesario, pues, que la misma localización sea reflejada y repre­sentada sobre la Tierra, para organizarla en la misma estructura piramidal. Se trata de una estructura del mundo y no de una visión trascendental. Es un simbolismo, un universo de significación, pero se relaciona siempre con la evidencia natural de los elementos cósmicos, sociales y humanos. El Estado es la gestión de la armonía.
Las nociones de “solidaridad" y de "comunicación" son los elementos comunes a todas las esferas. [...]. Es necesario, pues, abandonar la noción del orden cósmico como el centro del concepto de Maat El verdadero centro, el punto de partida de donde derivan todas sus acepciones más especificas, es la categoría social de la solidaridad comunicativa. […]. El intercambio establece las relaciones que unen al hombre con el hombre, al hombre con el grupo y a un grupo con otro.


Asegura así la integración social, y a través del rey asegura la integración en el universo.
El corazón de Maat es poner en relación, el “y” de la lógica inclusiva.
Gracias a Maat, todo se vuelve unido y solidario. La consecuencia es el orden. Así Maat no es el orden sino la causa eficiente que permite la emergencia del orden. Detrás de los simples cambios materiales, Maat instaura un cambio de sentido: son la verdad, la justicia, la solidaridad que circulan y no simplemente los bienes de consumo. Este proceso de circulación de sentido asegura la restitución. Esta restitución de Maat tiene lugar por obra del faraón en el naos del templo, o en los ritos funerarios el hecho de que los padres sean procreados por sus hijos en el más allá es un buen ejemplo.
En los relatos de la creación, el dios demiurgo quiere que Maat sea realizada, y si pone un rey sobre la Tierra es para que se encargue de hacer reinar a Maat, como el mismo lo hace en el cielo. Es pues el rey quien en la Tierra, a través del Estado, vela pata que Maat se cumpla. Y es Maat quien vela para que el hombre actúe con sus semejantes de forma solidaria. Es, por tanto, Maat quien determina la voluntad del rey y la de los hombres.

He cumplido por ti la Maat, cuando estaba sobre la Tierra porque sabía que vives de ella
soy el único excelente, provechoso para su dios
sé que él juzga los corazones y que vive de la Maat.

(The thomb of Notherthotep)


He practicado la Maat para el señor del Doble País la noche corno el día, porque sabia que él vive de ella.

(Vrk IV, 1795)

Dado que el rey-faraón realiza a Maat en el seno del Estado, el orden es posible. No basta con que existan el Estado o el faraón. Es necesario que, por su relación, se exprese Maat. El rey en Egipto no actúa según su propia voluntad, como en las monarquías absolutas o en las autocracias: la voluntad que lo anima está determinada por Maat. En otros términos, el rey no puede querer otra cosa que servir a Maat. Debe dominar sus deseos y someterse a las exigencias de las virtudes de Maat.
“Parece extraño [...] que un rey no pueda hacer ningún juicio, ni castigar a nadie por represalias o por pasión o por ninguna otra razón, sino únicamente según las leyes establecidas para cada caso particular''. Esta aserción de Diodoro (1.71.1), relativa al ejercicio de la justicia por el faraón, es reflejo del limite impuesto al arbitro real. De hecho, la teoría del “buen placer” es ajena a la institución faraónica; el rey que reina no ejerce una tiranía, porque es el garante de Maat, el orden del mundo.
Como Maat es la ley o la regla, los reyes no son sino los iniciadores de las leyes que permiten la vida civilizada. Organizan y reorganizan en función de los acontecimientos. Si la ley no esta inscripta por el cálamo de Thot, a través de su escriba, no es aplicable, puesto que no esta inscrita en el espacio-tiempo. El conjunto de las leyes servía de jurisprudencia para futuros juicios, poro jamas se transformo en una constitución o un código.


IV. MAAT O EL COMBATE CONTRA LA DERIVACIÓN AUTOCRÁTICA

Así el rey-sacerdote preserva toda desviación autocrática. En cambio, el monarca absoluto de tipo asiático, o el rey de derecho divino en la Europa del siglo XVIII, a lo sumo impone su voluntad en el nombre de Dios. En el antiguo Egipto, el rey-sacerdote se impone Maat a si mismo.
En tanto se ofrece a ella como servidor puede tener su poder. Según las costumbres egipcias, el faraón es responsable del buen orden de las cosas ante el pueblo. Si sobreviene una hambruna y el faraón no puede alimentar a su pueblo es la prueba de que ha abandonado a Maat. Si reaparece la injusticia sobre la Tierra, la protesta es legal.
El rey está al servicio de los hombres por el sesgo de las instituciones del Estado. Personaje ambivalente, une en si los princi­pios masculino y femenino y genera toda forma de vida.

La función faraónica trasciende el sexo biológico… Eres tú
quien hace desarrollarse los gérmenes en las mujeres, tú quien creas
la semilla en los hombres.

A través de la institución faraónica, debe asegurar el orden, la paz y la abundancia. Aunque representa las fuerzas demiúrgicas en la sociedad, el faraón como persona puede ser una imagen pero no una manifestación del creador. No hace de su vida un objeto de culto, lo que lo diferencia de una verdadeta imagen de culto o de un animal sagrado. Por el contrario, sus estatuas son veneradas. Están concebi­das a la manera de una imagen divina, a la cual él no aporta sino su cabeza, para actualizar en un tiempo y un lugar precisos el poder del creador. La persona del faraón se hace divina cuando, por el ceremo­nial de la muerte, su cuerpo, “su imagen”, es ritualizada y momificada, transfigurada en Osiris.
La doble pertenencia, divina y humana, del rey, lo hace media­dor entre los mundos. Es la espina dorsal de la sociedad egipcia, el pilar vertical que une Cielo y la Tierra y hace reinar a Maat sobre esta última. Aparece como el gran director de escena de la geografía sagrada de Egipto Su primera función es asegurar, por el rito, la conservación y la creación del orden cósmico.

La lectura de los textos muestra que jamás los egipcios han atribiúdo a su soberano el poder sobrenatural de dominar el caudal del Nilo; siempre la subida de las aguas es un don acordado por los dioses al rey, que está personalmente encargado de restituirles los beneficios. Es por la oración y la ortodoxia de su conducta por lo que el rey nubio, Taharqa, obtiene de Amón una crecida excepcional en el año VI de su reinado [...]. Expressa inmediatamente su recoconoci­miento con ofrendas a todos los dioses.

La administración del reino y el funcionamiento del país están asegurados por intermedio de las leyes. Cada una de ellas debe ser conforme a la regla. La puesta en aplicación de las decisiones reales es competencia de la administración. Junto al rey se sitúa el visir, a la cabeza de la función pública. Iniciado en la “casa de la vida”, la escuela de los grandes escribas, está asociado a los sacerdotes de Maat. Jefe de todos los tribunales de Egipto, ocupa las funciones de un ministro de justicia y de guardián de los sellos, asentado en el corazón de las estructuras del Estado.

Cada medida tomada por el rey o delegada en el visir y en la cadena de los agentes implicados en la buena marcha del país es el equivalente temporal de instauracion y del mantenimiento del
orden del mundo fijado por el demiurgo en el primer día. Tal es la
finalidad del rey legislador, lo que sus nombres reflejan: Ay es
“soberano de Maat” … Amasis es “el que establece Maat”.


V. PRÁCTICA DE MAAT Y ARMONÍA SOCIAL

Maat reviste un aspecto jurídico y moral. Lejos de ser una norma abstracta e inmutable, amenazada por los incesantes avances de las fuerzas nocivas, es una energía que se debe mantener, objeto de una perpetua búsqueda operada por el rey gracias “a las buenas leyes que promulga”. Esto implica límites a la omnipotencia real, para que el mundo quede conforme al plan fundamental puesto en accion por el demiurgo.

Así la práctica de Maat estaba reservada a los hombres y en
primer lugar al rey. Maat es un valor general y no la ley religiosa totalmente explícita, como en el judaísmo. La práctica de Maat resulta de la experiencia humana y no de la aquiescencia a los mandamientos divinos: “Si eres un director, ten calma cuando escuches las palabras de un pedigueño y no le respondas antes de que se descargue de lo que se había propuesto decirte”.

Y

“Si encuentras un adversano en accion [...] no te precipites contra él cuando muestre su debilidad, no te ocupes de él y se castigará solo” aconseja un anciano sabio, Ptahotep, visir de su Estado, a su hijo.

El rey da la posibilidad de una cierta iniciativa al visir. Como depositario del espíritu general
de las leyes, debe velar por su aplicación y adaptar el derecho a la evolución de la sociedad.

Siempre he juzgado un asunto con relación a su Maat y he hecho salir a las dos partes con el corazón satisfecho.

La preocupación constante es tratar de que las dos partes en litigio puedan vivir el veredicto de una forma aceptable.

Tú vigilarás para que cada cosa sea hecha conforme a lo que es la ley, conforme también a su derecho, asegurando la justicia para cada hombre. Un juez debe vivir a cara descubierta, porque el agua y el viento cuentan todo lo que hace.

El pueblo estaba tan bien educado con relación a la regla que, ante los jueces venales, no era raro que se rebelase dirigiéndose al faraón o incluso a los dioses de los templos. Son innumerables los testimonios que confirman la posibilidad de recurso ante un tratamiento injusto. Es también una manifestación de la preocupación permanente por parte de las instituciones de salvaguardar una cierta cualidad de relaciones humanas como llave oculta del poder real, más allá de toda reglamentación.
El gobierno temporal debe conformarse al plan fundamental instituido por los dioses, que todos los hombres y no sólo el faraón han heredado. Pese a su caracter confuso y paradójico, Maat impide las posibilidades de deriva. El respeto de la persona humana y su lugar en la creación impiden ciertos comportamientos al rey, quien, para realizar a Maat, debe aprender a juzgar bien a los hombres y a satisfacer a los dioses.
­
El rey y el visir, se entiende, detentan además el poder ejecutivo. La superposici6n el cúmulo
de competencias no han, sin embargo, engendrado una tiranía de Estado. Contrariamente a la idea heredada de una teoría general elaborada durante el Siglo de las Luces, la no separación de los poderes no ha producido excesos reprobables contra las personas, en las dos orillas del Nilo.


El rey está al servicio del Estado. El Estado está al servicio de Maat. Maat crea la solidaridad entre los hombres.

VI. MAAT, FUENTE DE TODAS LAS SOLIDARIDADES

El mundo se vuelve habitable porque, por una parte, la acción del rey en el Estado hace
prevalecer la justicia entre los hombres. Cada uno es juzgado, es decir, ocupa el lugar que le
corresponde, de acuerdo con su corazón (sus intenciones y sus actos). Por otra parte, la
piedad de los hombres y del rey satisface a los dioses y a los antepasados a través de los
sacrificios y las ofrendas funerarias que aseguran la comunicación entre el Cielo, la Tierra y
el mundo subterráneo.

Tal es el orden que resulta de la realización de Maat en el seno de la estructura piramidal: un universo solidario en comunión, donde los antepasados, los vivos y los dioses están unidos.

El credo de la instauración de Maat es celebrado así por Merenptah:

¡Regocijate tierra entera!
El buen tiempo ha llegado.
El señor ha aparecido en todos los países,
Maat ha vuelto a su lugar.
Todos los justos, venid ved:
Maat ha vencido a Isfet,
Los malvados han caído sobre su rostro,
Los ávidos son despreciados,
El agua no se agotará,
La crecida se levanta,
Los días son largos, las noches llevan las horas,
La Luna vience a su justo tiempo.
Los dioses están apaciguados y contentos,
Se vive en la risa y la maravilla.

Maat aparece como el principio de soberanía y de mando, porque ella es la
ofrenda por excelencia. Ni el faraón ni el pueblo son soberanos sin que el fruto de su relación, Maat, les permita vivir y alimentarse.

El equilibrio de todo este universo, su necesaria cohesión indispensable para el mantenimiento de las formas creadas, es lo que los egipcios llaman Maat; esta interacción de fuerzas asegura el orden universal desde sus elernentos constitutivos esenciales (corno los movimientos celestes la regularidad de los fenómenos estacionales, la sucesión de los días…) hasta la más humilde de sus manifestaciones: las de la sociedad humana, la concordia de los vivos, la piedad religiosa, el respeto en la Tierra del orden concebido por los dioses, de donde derivan la justicia en las relaciones sociales y la verdad en la vida moral. Maat es pues a la vez el orden universal y la ética que consiste en actuar en toda circunstancia, de acuerdo con la conciencia que se tiene de este orden universal.

Maat actúa como el principio universal unificando las tres esferas del orden del mundo: cósmico, social e individual. Establece una solidaridad vertical que exige de los situados más arriba – dios, rey, visir, funcionarios - una responsabilidad reforzada. Esto no quiere decir despojarse a sí mismo ni abolir la desigualdad, sino aminorar sus efectos.
Maat es el principio del éxito en las tres esferas. Es el triunfo de la luz sobre las tinieblas que transforma el cosmos en un proceso de victoria permanente.
El faraón es solidario de todo su pueblo y representa en cierta manera una personalidad colectiva encarnada por la red de los servidores de Maat, constituida por los servidores de Toth, formados en las “casas de la vida”. (Se llama así a las distintas instituciones que transmiten la educación). El número del personal administrativo y religioso de los templos y dominios en Egipto era muy importante. En una ciudad como Tebas, que contaba con doscientos mil habitantes, representaba cincuenta mil personas, o sea, una cuarta parte de la población. Sus funciones prolongaban la función real en el dominio político o religioso. Hay una gran penetración de las redes del Estado en el cuerpo social, donde los dirigentes y el pueblo son solidarios.
El verdadero poder no reside en los individuos sino en su capacidad de servir de canal para la aplicación de la Maat, conforme a las tres características esenciales de la soberanía en Egipto: el poder de integración social a través del aparato administrativo, de la integra­ción cósmica a través del aparato sacerdotal y de la individualidad a través de la iniciación en las “casas de la vida”. Aunque se ignora a veces la importancia del tercer componente, no se debe olvidar que el servicio a la Maat no es automático, sino que exige una calificación interior del individuo. El faraón y el pueblo son solidarios y corresponsables en el ejercicio de esta soberanía.Maat determina la voluntad del rey y de los hombres. Ni el rey ni los hombres pueden querer otra cosa que Maat.


CAPITULO VII
DISFUNCIONES DEL SISTEMA PIRAMIDAL INTERACTIVO

El obstáculo mayor para la instauración de un sistema piramidal interactivo es la lógica de exclusión y la voluntad de separación; ellas producen que la soberanía sea concebida como una posesión tanto del gobernante como del pueblo, según el régimen político. El que la posee es dueño del otro. Sin embargo, si proviene del dominio del ser y no del tener, la soberanía no es susceptible de partición.
En el sistema piramidal interactivo, como red que funciona en un sistema complejo, nadie-poco importa cuáles sean su función y sus cualidades- posee la soberanía que preside la unidad del conjunto. Habituados a una mentalidad mecánica, totalmente extraña a Egipto, según la cual el poder se establece a través de relaciones de fuerza, nos es difícil comprender el sistema egipcio. La cuestión fundamental en Egipto, en efecto, no es quién posee la soberanía sino quién es responsable. Y nadie podía pretender allí un puesto sin estar primero calificado como canal de la fuerza que tenía que encarnar. Así, el escriba es el canal de Thot.
Desde este punto de vista, las monarquías clásicas así como los sistemas democraticos actuales aparecen como desvíos, modelos reductores del orden y de la comunicación solidaria inspirados por Maat. En el caso de la monarquía, el monarca se dentifica como Maat.
Su forma extrema, el absolutismo, ha sido definida por Luis XIV en su célebre formula: “El Estado soy yo”. Así, todas las fuerzas cosmogónicas y toda la dimensión cósmica de la imágen del mundo son expulsadas. La monarquía rompe la unión cósmica. El primero en efectuar esta ruptura en Egipto fue Akhenaton.

Akhenaton no se considera un signo referido a una instancia divina, sino corno la instancia misma. Identifica a Maat con su doctrina revolucionaria. Cumplir la Maat significa por tanto adherirse a la doctrina, según la voluntad del rey […]. En la versión amarnica, la relación entre faraón y Maat se invierte. Es la voluntad del rey la que determina lo que es Maat.

Maat no es ya intermedíaria entre faraón y Estado: el primero se vuelve un autócrata que decide lo que es Maat. Maat se torna una ficción pasiva al servicio del rey, en el mismo nivel del Estado. Las relaciones no son de solidaridad y de respeto, sino únicamente de obediencia. y de obligación.
En el sistema democrático, se concibe que cada individuo está perfectamente realizado, y es el pueblo quien se apropia de Maat y se hace soberano. La experiencia prueba que, lentamente, el único orden existente resulta el de los intereses particulares, y entonces el individualismo y el egoismo prevalecen, provocando la ruptura de la solidaridad social. Como podemos constatar hoy, la democracia, tal como se la practica actualmente, destruye con el tiempo la unión social contra toda expectativa.
Desear la autonomía y la individualidad de cada uno de los miembros de la colectividad es positivo si se ponen en práctica los medios que permitirán acceder a ella, si se tiene en cuenta que todos no llegaremos al mismo estado y que algunos no llegarán jamás. Partir del postulado, como lo hace la democracia moderna, de que cada individuo está ya realizado en una utopía.
En las democracias de la antiguedad, incluso si el criterio expuesto para poder ser ciudadano era discutible porque estaba basado en la riqueza (en Atenas no podía ser ciudadano sino el que era capaz de pagar el armamento de un hombre para defender su ciudad), al menos el aspirante debía dar pruebas de su autonomia. Actuálmente, la única exigencia para acceder a la ciudadanía es administrativa.
La monarquía y la democracia defienden cada una un valor fundamental; la primera, el del orden; la segunda, el de la elección individual. De hecho, una y otra deben obrar de concierto, y dejar de ser fines en sí para llegar a ser medios al servicio de algo que los trascienda; para los antiguos egipcios el servicio de Maat, para nosotros hoy el servicio de un ideal… que hay que encontrar.
Es evidente que, desde siempre, ha habido gobernantes que han sabido conducir a su pueblo con justicia -más allá de los regímenes y de las estructuras-, buenos presidentes y excelentes monarcas. Pero la cuestión que nos interesa es determinar en qué medida las bases espirituales y metafisicas del sistema piramidal egipcio - la trilogía rey-Estado-Maat-se revelan las más eficaces para crear una sociedad humana en el respeto de los hombres y de los dioses.

I. NINGÚN SISTEMA ES PERFECTO

Si se parte del conocimiento de que ningún sistema es perfecto y no puede producir hombres perfectos resulta, contrariamente a lo que se piensa en el siglo XX, que el sistema egipcio se ha revelado eficaz, no solamente para gobernar, sino para construir una sociedad habitable, en el respeto de los hombres y de la naturaleza. Puede inspirarnos hoy (sin que sea cuestión de rehacer el pasado), en un mundo que parece a primera vista ser el Noun mismo. Pensamos que la sabiduría egipcia, a través del concepto de Maat, ha sabido proponer una visión profunda, fundamento de un mundo humano.
El elemento que pone obstáculos al sistema piramidal está personificado por la diosa Isfet, manifestación de las imperfecciones que provocan el derrumbamiento del Estado y, por consecuencia, la ruptura de la homología, de la correspondencia, entre el Cielo y la Tierra. Las cuatro imperfecciones mayores son la injusticia, la violencia, la ausencia de comunicación y la ley del más fuerte. Se puede igualmente mencionar la mentira, el desorden, la guerra, la rebelión, la enemistad, el robo, la aflicción, la enfermedad y la muerte.

Cada hombre no tendrá valor más que por sí mismo, y el hombre negligente y pálido encogido en su rincón será el asesino de su vecino. Te hago saber que un marido será el enemigo de su mujer y que un hijo será el asesino de su madre [...]. Que los decretos serán letra muerta, porque la destrucción estará sobre el país […]. Los hombres hablarán y mataran en este país que no será administrado, porque las leyes, multiplicadas a placer, serán contradictorias entre ellas, y los que tenían posesiones estarán necesitados. Todo será alterado y los mismos dioses no serán protegidos.
Ra se alejará de los hombres y no se manifestará a ellos sino sólo cuando nadie pueda darse cuenta. Sólo el clarividente podrá percibir la sombra de mediodía, porque para aquél el Sol será siempre semejante a lo que era antes.

(Profecias de Nefert, 2000 a. de c.)


Cuando Maat toma el lugar de Isfet, las manifestaciones de imperfección se transforman en
justicia, verdad, orden, paz, toleran­cia, obediencia, amistad, honestidad, alegría, salud e
inmortalidad.
Se puede constatar que el orden faraónico del sistema piramidal es la condición necesaria para la realización, no sólo de la acción humana, sino también de lo divino porque, corno hemos visto, el proceso cósmico no es un sistema autorregulador mecánico. Depen­de de una intención susceptible de mantener su progresión hacia los orígenes, a fin de vencer el perpetuo deterioro inherente al curso natural de las cosas.
Si la solidaridad entre el Cielo y la Tierra cesa, dicho de otro modo, si los lazos entre los hombres y los dioses se rompen, el proceso cósmico se orienta hacia Isfet, el "no sentido". Por cierto que el curso solar va a continuar, pero no tendrá significado, no será fuerza orientadora de las cosas terrestres. Los hechos estarán separados de su contexto y no tendrán, además, más sentido que el de su propio acontecer.
Podernos así comprender que el mundo egipcio no tiene necesidad de ser “salvado” en el sentido mesiánico del término, sino mantenido y regenerado. Como hemos visto, es Maat quien mantiene los lazos entre el Cielo y la Tierra, entre la humanidad y los dioses. Es la práctica de la verdad, de la justicia y de la confianza, en el cielo y sobre la Tierra, que une las dos esferas del cósmos en la solidaridad y la comunión.
Maat aparece pues, más que nunca, como la solidaridad asocia­da a la comunicación, fuente de una actitud dadora de circulación de bienes en el plano material y de significación en el plano espiritual.
Para los egipcios, el orden faraónico -o sistema piramidal interactivo- es la condición esencial del éxito, no solamente de la acción humana sino también de la acción divina sobre la Tierra.
Para que los dioses puedan expresarse de forma eficaz e inteligente en la sociedad de los hombres y ser motores de cultura y no sólo de las fuerzas mecánicas de la naturaleza necesitan, como portadores de conciencia, de estructuras-enlace. Si la sociedad no está organizada a imagen de un orden inteligente, simbolizado por Maat, los dioses no tienen canales de expresión, la sociedad no es humana y no pueden actuar sino en una relación de fuerza y no de conciencia.
El hombre no puede entonces beneficiarse de la dimensión sagrada a la cual no tiene acceso, la sociedad pierde su sentido y el mundo se torna inhabitable.

II. AUTORIDAD, PODER Y SERVICIO:
¿PARA HACER QUÉ?

Lo que precede nos incita a refrescarnos la memoria a propósito del sentido de palabras como autoridad, poder, maesro, jefe, que hoy son empleadas en el olvido de algunas de sus dimensiones. Retomamos al respecto la excelente exposición hecha por Jean Bastaire en un artículo. Presenta, efectivamente, semejanzas y convergencias evidentes con lo que tratamos de explicar.

Las palabras autoridad y autor vienen del mismo verbo latino augere, que significa “aumentar”, “hacer avanzar”.

La autoridad está por tanto unida a una actividad creadora, genética. Funda su legitimidad en su fecundidad... La autoridad no es pues una sujeción a una obligación impuesta del exterior sino una regulación íntima... Tener la autoridad sobre alguna cosa o sobre alguien es literalmente hacerlo vivir. Ahí se sitúa el peligro de una autoridad mal comprendida que transforma la dirección en aliena­ción, la vivificación en servidumbre. Es contagiosa.
Crea a los creadores... Lejos de paralizarlos y de hacer de ellos objetos pasivos, los constituye en sujetos activos, capaces de inicia­tivas... Como toda fecundidad, se orienta hacia el dar. El que la retiene, el que la capta, la deshonra.

Para los egipcios, el faraón -como rey-sacerdote- está obliga­do, como todo egipcio, a ser un canal de Maat en el ejercicio de sus funciones y de la autoridad.
Esto nos lleva a la noción de “maestro”, del latín magister.

Designa tanto al hombre que manda como al que enseña [concepción que es también la de Egipto]. Educar es tener la carga de educar, de nutrir, de instruir, de formar […] Reencontramos la autoridad y su función de criar, de hacer crecer. El maestro no tiene poder sino, en tanto que educa, y su mando no es valido sino en tanto es formativo. Equivale a decir que es emancipador, porque la educación y la enseñanza no pueden conducir sino a una libertad engrandecedora, que permite acceder a una humanidad adulta. La famosa dialéctica de amo y esclavo se revela como un perfecto contrasentido. Al proceso liberador lo sustituye una marca opresiva. Si cesa de ser acogedor, el maestro se vuelve tiránico.

En cuanto al jefe, su culto

...es desterrado porque ha estimulado las rebeliones más siniestras... Pero sí ocurre que algunas cabezas se vuelven locas.
¿Se deben cortar todas las cabezas, sosteniendo entonces el ideal de una sociedad acéfala? La etimología nos enseña, en efecto, que ''jefe'' viene de caput, es decir, “cabeza”. Atacar al jefe equivale, pues, a unirse a la revuelta de los miembros contra la cabeza. ¿Siempre es válida una insurreccíón de esta clase?
No es necesario ser gran sabio para comprender que ahí hay una operación suicida. Conduce en principio no a suprimir las cabezas, sino a multiplicarlas. Cada miembro se torna una, que se hace rival de las otras. Es la cizaña y el caos. El poder de síntesis se desvanece, falta la capacidad de decisión. Ningún organismo puede existir sin un puesto central, a la vez centrípeto y centrífugo, que recibe y da el influjo.

Toda la cuestion reside en que la circulación no se desarrolle en un sentido único. Según el ángulo desde el que se sitúa, la cabeza es tanto la expresión de los miembros como lo inverso. Está a su servicio tanto como ellos están al suyo. La mano es ciega sin el cerebro, pero el cerebro no actúa sin la mano…
Así, sólo se la asume eficazmente si en una constante paradoja, la autoridad es concebida como un renunciamiento, donde el poder se cumple cuando se borra.
No se pueden integrar las nociones de autoridad, de maestro, de jefe, si se las acepta en el sentido dado. Cuando las funciones de autoridad, de jefe, de maestro, no son ejercidas de esta forma, el sistema piramidal interactivo desaparece para dejar sitio a una estructura piramidal horizontal, al nepotismo, a la anarquía, o a lo que hemos conocido como el nazismo alemán, el fascismo italiano y sus acólitos y exégetas.
Para que pueda instalarse y mantenerse, dos elementos juegan un papel fundamental: la educación y la capacidad de engendrar individuos creadores y fecundos. Materialmente, Egipto es un don del Nilo: no existe sino gracias a la crecida del río que aporta la fecundidad en plena sequía. En los ámbitos social y espiritual, la fuente fecundante es Maat y las instituciones que la transmiten por la enseñanza de las reglas de vida que permiten ejercer la autoridad sin autoritarismo. Estas instituciones que imparten la enseñanza (de la cual se beneficia, contrariarnente a lo que se podría creer, una gran parte de la pobla­ción) eran las “casas de vida”.
La llave del sistema piramidal interactivo, se ha perdido con el tiempo y su forma subsistente única se ha transformado a lo largo de la historia en una esttuctura piramidal horizontal estática; tal, por ejemplo, la monarquía del Antiguo Régimen, que ha legitimado revoluciones y levantamientos. Poco a poco a partir del Renacimien­to los cimientos que unían las diferentes capas de la piramide se han debilitado; se vuelven progresivamente faltas de solidaridad hasta llegar a los excesos del capitalismo y a través de la lucha dc clases al sistema marxista que ha preconizado un nivel único para todos. El proceso no se ha detenido aquí, y vivimos hoy en una sociedad en la que no existe ningún nivel, sino montañas de piedras dispersas que se unen de forma efímera en función de los intereses del momento.
Hoy la atomización de la sociedad es tal que no responde a ninguna estructura. Peto hay, a pesar de esto, un aspecto positivo: los individuos están liberados de toda sujeción ideológica. Como no se puede cambiar la sociedad excepto si los individuos deciden cambiar ellos mismos, esta situación aparentemente negativa puede revelarse benéfica. Sólo si después de tantas decepciones y tanto pragmatismo llegamos a comprender que la mejor forma de proteger nuestros intereses no está en la comodidad del momento sino en el trabajo sobre sí mismo a mediano plazo, que permite despertarse a otras dimensiones.Los consejos legados por los egipcios sobre las condiciones imprescindibles para permitir el surgimiento de Maat pueden ser de actualidad y servirnos como ya han servdo a tantos seres humanos durante milenios.


CAPITULO VIII
EDUCACIÓN Y TRANSMISIÓN DE LO ADQUIRIDO: LA INICIACIÓN

El sistema piramidal interactivo está simbolizado por el tríptico Maat, el rey y el Estado. Se trata ante todo de un hecho cultural donde lo político, lo religioso, lo científico y lo artístico se alían entre sí, sobre la base de la tradición y de la unidad hacia la cual convergen, simbolizada por el piramidion.
Para un egipcio, la cultura tal como la ha presentado Georges Livraga (Lettres Déliat Fernand,
París, Nouvelle Acropole, 1994, pp.130), aparece como una piramide imaginaria capaz de transmitir
de generación en generación los valores, la imagen del mundo, las finalidades y el sistema de
decisión que han permitido a la sociedad egipcia vencer la barbarie y elevarse al rango de las
más altas civilizaciones.
En el plano social, la relación entre imaginario y concreto se hace por la complementariedad entre la pirámide imaginaria de la cultura y las estructuras del Estado, organizando a los individuos a través de una estructura pitamidal interactiva.
Los egipcios habían comprendido muy pronto que para que una sociedad pueda expandirse en paz y ser duradera necesita dominar el arte de la transmisión de valores. En efecto, cada nueva generación en la renovación del mundo se encuentra en la misma situación de amenaza frente al caos que el demiurgo en el alba de la creación. Así debe a su vez apropiarse de las capacidades de instauración de Maat. Si el faraón estaba obligado a instaurarla para la colectividad, cada egipcio debía hacerlo individualmente si quería ser reconocido como individuo, en este mundo y en el otro.
­La transmision a las nuevas generaciones y la caliíicación individual son así las preocupaciones esenciales del Estado.

I. CULTURA Y TRANSMISIÓN DE LO ADQUIRIDO

Si el código genético transmite a todas las especies sus cualidades innatas, a través de códigos y usos la cultura transmite lo adquirido, es decir, la experiencia de las generaciones pasadas, y abre así la vía a la conciencia humana para salir de la inmediatez, permitiendo atesorar y crear. La existencia misma de la red cultural caracteriza el surgimiento de la conciencia humana, es decir, la capacidad de proyectarse en el futuro y ser afectada por las cosas que van más allá de lo inmediato.
Los mensajes transmitidos por la cultura no son vehículo de información de carácter instintivo, inmediato, sino que manifiestan un sentido que va más allá de su realidad material. Portadores de una carga afectiva y simbólica, responden a las necesidades que sobrepasan su función material específica.
La cultura constituye la matriz del proceso de humanización de la especie. Representa a la vez el modo de organización simbólica de un grupo y de su tranmisión. Asimismo, el conjunto de valores transmitidos manifiesta la representación que el grupo se hace de sí mismo, de sus relaciones con los otros grupos y con el universo natural. La cultura puede así ser comprendida como una imagen a través de la cual las tres funciones esenciales de la actividad humana están aseguradas:

· La organízación que da coherencia al grupo y se inspira en los modelos míticos para su estructura social e individual.
· La regulación que asegura la cohesión solucionando los conflictos y obligaciones nacidas de la organización. Gracias a las fiestas rituales y las valorizaciones simbólicas, el eqililibrio social esta regularmente regenerado y las tensiones evacuadas.
· La transmisión que asegura la comunicación entre las generaciones a través de la tradición, cuyo rol es mantener la cultura viva, y hacer revivir los valores fundantes, imágenes cargadas de fuerza para las jóvenes generaciones. La tradición se perpetúa por la iniciación, conjunto de ritos de pasaje, para obtener una calificación ontológica irreversible, es decir, una metamorfosis del ser individual o colectivo a través de una serie de pruebas de cuestionamiento, desde el interior hacia el exterior.

Toda imagen del mundo tiene como objetivo hacer coexistir los componentes contradictorios de la vida. La complejidad de una imagen del mundo le permite integrar las tres dimensiones de la conciencia.

· La dimensión cósmica que asegura la unión entre los individuos, el grupo y la naturaleza, es decir, entre lo local y lo global, lo particular y lo universal. Esta unión, que encontramos en todos los mitos de la creación, puede resumir toda relación entre el Cielo y la Tierra que confiere la dimension vertical, la jerarquía entre las cosas.
· La dimensión social que une el individuo al grupo, y viceversa. De esta dimensión horizontal depende la cohesión de la sociedad, la condición de la unión material pero también la necesidad de justicia y de orden.
· La dimensión individual que asegura la unión del hombre consigo mismo, en tanto conocimiento de sí y afirmación de sí. Es la que da la dimensión de profundidad a la imagen del mundo. Es la matriz de toda libertad y creatividad.

En Egipto, los templos -a través de la función sacerdotal- aseguraban la unión cósmica, simbolizada por la estatua del dios en la oscuridad del Naos, detentadora de la fuerza creadora del mundo. Todo templo era una imagen reducida del cosmos.
La dimensión social estaba simbolizada por el palacio real y el pórtico ante el cual se impartía justicia a todos. Cada ciudad tenía su tribunal donde se resolvían las diferencias y los contratos entre los particulares. Esta unión social estaba asegurada por la funcion del visir y todo el aparato jurídico y administrativo era efectuado por los escribas.
La dimensión individual estaba simbolizada por la casa y la tumba. El culto funerario y la momificación ofrecían la oportunidad de sobrevivir en el más allá y de expresar su propia identidad divina. Se prepara la muerte durante la vida, cumpliendo los preceptos de Maat, para tener el derecho de ser enterrado como individuo. Si falta ese cumplimiento no se tiene derecho a la tumba y la conciencia se disuelve en la nada. Esta función esta asegurada por la familia y la piedad filial.

II. LA CULTURA EN RÉGIMEN REDUCTOR

Mientras la cultura funciona de acuerdo con el esquema de los tres ejes -cósmico, social e individual- y asegura sus tres funciones en el cuadro de una lógica abierta y globalizante, la vitalidad del grupo se mantiene. Pero si se hace incapaz de producir el encuentro de elementos opuestos, de hacer frente a lo desconocido, de poder representarse al otro, su modo simbólico entra en disfunción. La cultura actúa entonces según un régimen reductor, en una visión de compartimientos caracterizada por una lógica de exclusión, la lógica del “o”.
Los mitos originarios de pleno sentido dejan lugar a las ideolo­gías y la sociedad está a merced de cualquier tipo de fabulación mesiánica. Los símbolos que permitían la cohesión de los grupos se tornan signos nacidos de simples convenciones impuestas, y la sociedad se convierte en el lugar de las apariencias.
Por el contrario, los ritos son inicialmente gestos cargados de sentido que permiten regenerar a los individuos, pero si son suplan­tados por simples costumbres, sin real significado, inducen en el hombre comportamientos "mecánicos" y paralizantes.
La cultura es una entidad global que se comporta siempre como un todo. Sus componentes son interactivos y toda modificación de uno de ellos tiene repercusiones en el conjunto. Funciona como una totalidad que comprende un sistema de valores, de comportamientos de conocimiento práctico.
Las civilizaciones mueren cuando los pueblos no pueden utilizar más su propia cultura para responder a los desafíos a los que se enfrentan. A la educación, por su función transmisora, correspon­de mantener viva la cultura, introducir los nuevos hallazgos e inno­vaciones y otorgarles un sentido, una coherencia, para que puedan integrar y enriquecer la antigua imagen del mundo.
La civilización egipcia no ha sido una excepción. Talismanes y papiros reemplazaron poco a poco los actos que cada uno habría debido hacer por sí mismo y la superstición sustituyó a la verdad (Maat) y los comportamientos justos. Maat deja de ser real y se hace una abstracción lejana. La desaparición del sentido comienza desde finales del Nuevo Imperio, hacia el 1000 a de C. La sabiduría egipcia sobrevivió aun más de quince siglos, pero su espíritu ya no estaba allí, dejó el pueblo para refugiarse en los últimos templos y se volvió un misterio.
La profecía de Thot se hizo realidad.

¿Ignoras, oh Asclepio, que Egipto es la imagen del Cielo y la proyección aquí abajo del ordenamiento todo de las cosas celestes?
Sin embargo, es necesano que tu sepas, vendrá un tiempo cuando parecerá que los egipcios han observado en vano el culto de los dioses con tanta piedad, y que todas las invocaciones han sido estériles e insatisfechas.
La divinidad dejará la Tierra y volvera al Cielo, abandonando Egipto, su antigita estancia, entonces esta tierra santificada por tantas capillas y templos estará cubierta de tumbas y de muertos.
Oh, Egipto, Egipto…
No quedará de tu religión sino fabulaciones que la posteridad no creerá, y palabras grabadas sobre piedra contando tu piedad.

(Hermes Trismegiste, trad. Francesa l. Menard)

III. LA TRADICIÓN O CIENCIA DE LA TRANSMISIÓN

Las nuevas búsquedas antropológicas nos han permitido redescubrir el verdadero sentido de la palabra tradición, en las sociedades no industrializadas. Lejos de la idea que de ella se tuvo a través del pensamiento racionalista, al asociar estas sociedades al conservaduris­mo, la inmutabilidad, la incapacidad de adaptarse, a un estado infantil de la humanidad, se nos abre un significado distinto por completo.
La tradición -del latín tradere, "dar a través", "transmitir”- se revela verdaderamente como un arte y una ciencia de la transmisión, de la comunicación y del paso entre generaciónes, del saber ser y del saber hacer.
La antropología define la tradición como la capacidad de recrear lo que ha sido, es decir, de reactualizar -con los medios del presente- las adquisiciones del pasado; la capacidad no simplemente de conservar, sino de renovar, de volver a dar vida a lo que fue, mediante la integración de la experiencia y las necesidades del momento. Se trata de un llamado a la memoria y a la imaginación y no consiste solamente en una visión superficial o utópica. La tradición no puede ser concebida sino como una realidad viviente. Representa ante todo lo que da sentido tanto al mundo interior como al exterior, a los cuales proporciona referencias.
Cuando una tradición muere, es decir, cuando los individuos no saben ya por qué hacen las cosas y no hacen más que preservar sin renovar, la memoria se separa de la imaginación y el presente no es más que una copia repetitiva y estéril del pasado. Las novedades no pueden ser integradas, la sociedad se vuelve esclerótica y, replegada sobre sí misma, pierde toda capacidad de iniciativa en relación con su entorno: se hace conservadora.
Los egipcios rehúsan toda visión utópica, dogmática o autori­taria. No creen que baste con repetir para transmitir, insistir para aplicar, tener buenas ideas para ser justo. La sabiduría de los egipcios reside en haber comprendido muy pronto que nada en este mundo es absoluto ni definitivo y que toda idea, toda representación de las cosas, todo comportamiento, están sometidos a interdependencias.

IV. UNA PEDAGOGÍA TRADICIONAL: LA INICIACIÓN

El Egipto faraónico transmite su tradición viviente a través de la pedagogía específica de todas las sociedades tradicionales: la iniciación.
La iniciación forma parte de los ritos de pasaje, que permiten a los neófitos la adquisición irreversible de un nuevo estado de concen­cia. Las pruebas, los fracasos, el dolor, encuentran un valor positivo como fuentes de experiencia que permiten el acceso a un nuevo estado de ser y de conocimiento.
Mircea Eliade define la iniciacion como “una mutación ontológica del régimen existencial. Al final de las pruebas, el neófito se torna otro”. Añade: “Constituye el fenómeno espiritual más significativo de la historia de la humanidad”. En efecto, tiende a ajustar la vida total del individuo, transformándolo en un ser abierto al espíritu.
Sin embargo, durante los ritos de iniciación las sociedades tradicionales no se preocupan sólo de ensanchar la conciencia del individuo; se ocupan igualmente de transmitirle un saber técnico, social, artístico, científico, religioso, a través de tres tipos de iniciación: tribal, religiosa y mágica.
La iniciación tribal tiene lugar en el momento de la pubertad, cuando el cuerpo está maduro para reproducirse, y sirve esencialmente para transmitir el “savoir faire” sexual. Pero, para una sociedad tradicional, es indispensable cargar este suceso natural de un sentido que sobrepase el simple gesto biológico. Se aprovecha una situación natural para aportar una trascendencia y provocar un despertar de la conciencia a otros sentimientos que no sean la simple pulsión sexual. Se enseña cómo hacer el amor, como respetar al otro, cómo preparar y compartir la felicidad. Se despierta a la persona a su responsabilidad de padre, a su rol social en la colectividad, a lo que se espera de él y su porqué. Se le permite salir de la infancia con orgullo y valor para que no la extrañe y no tenga la tentación de volver a comportamientos infantiles.
Trascendido lo innato, se transmite un saber portador de otra dimensión distinta de la puramente natural y biológica. Se abre al adolescente a su nuevo estado de conciencia, a una nueva madurez, tanto con relación a sí mismo como a la sociedad.
Laa iniciación religiosa responde a otras finalidades. Si es cierto que ante lo desconocido se experinenta a la vez miedo y ansiedad, la iniciación religiosa tiene por objetivo transmutar estas emociones en el sentimiento profundo de estar unido a la naturaleza y al cosmos. Así se suscita el sentimiento de pertenencia y de solidaridad con lo viviente, y desaparece el sentimiento de soledad, de separación con lo que existe. El individuo aprende a dialogar con lo invisible, el misterio y sus propias zonas oscuras. Se le dan ritos como medios de formalizar sus actos. Una vez más se alian “saber hacer” y “saber ser”. Se aprende a hacer y ser en otras diniensiones de la existencia, a trascender lo inmediato. Más allá del enfoque objetivo y racional, nace la interioridad.
Las iniciaciones llamadas mágicas, tienen por objetivo la trans­mutación; permiten al hombre despertar a su propia capacidad de progreso. Se trata de una evolución que se lleva a cabo a través de la confrontación consigo mismo, asumiendo y transformando sus blo­queos y defectos. No es el problema de la maduración biológica ni del descubrimiento de su interioridad, sino de la transmutación de sus potencialidades. La conciencia es aun más poderosa porque la posi­ción mental constituve la clave, como se puede constatar en el chamanismo o el yoga. Es a través de la conciencia y lo mental como se puede adquirir otro tipo de "saber hacer", sobre sí mismo y sobre su entorno. Esto supone una concentración y una disciplina muy importantes, factores presentes en nosotros mismos, de muy destaca­da evolución.
Una sociedad tradicional no disocia la conciencia o “saber ser” de los comportamientos o ''saber hacer''. Son los dos ejes constituti­vos de toda mentalidad la de “saber hacer” y la de "saber ser''-, y resultan inconcebibles uno sin otro al ser transmitidos al mismo tiempo. A través del aprendizaje de cualquier materia, se trate de alfarería o de cualquier otra técnica, toda una mentalidad, una visión global, se transmite permanentemente, todo el saber de la cultura en cuestión se coordina. Así los vasos arcaicos estaban decorados de tal forma que constituían por sí mismos una imagen del universo. Integrada, esta técnica no se coloca en un cajón aparte. Está cargada con tantos "ganchos" que entra en relación de sistema con el conunto del mundo interior, cultural, de aprendizaje, modificando y modificándose, con un efecto extraordinariamente poderoso y diná­mico. La cascada de resonancias provocada suscita el choque, el sobresalto y la integración, arrastrando consigo el despertar de la conciencia.